Opinión
La fortuna favorece a los audaces, y el presidente Trump ha demostrado una y otra vez al mundo que, si de algo carece, no es de audacia. El presidente está llamando a los líderes empresariales estadounidenses —desde directores ejecutivos de compañías Fortune 500 hasta presidentes de pequeñas empresas familiares, como la mía— a que igualemos su audacia con nuestra creatividad e ingenio. Apoyo al presidente y creo que no hemos prestado suficiente atención a los matices de su visión sobre la competitividad estadounidense. Él no puede hacerlo por nosotros; debemos corresponder a su visión con acciones inteligentes y eficaces.
Las tarifas arancelarias no son la estrategia por sí solas, pero pueden ser una herramienta si las usamos con sabiduría. Eso es, creo yo, lo que el presidente ha estado diciendo todo el tiempo. Sin embargo, está esperando pacientemente (a costa de su propio capital político) a que los industriales estadounidenses escuchen su llamado y lo conviertan en acción, en lugar de limitarse a quejarse por la pérdida del cómodo —aunque discutible— statu quo.
Estamos listos para actuar y para avanzar al unísono con el presidente mientras nos guía hacia la victoria económica.
Soy un fabricante estadounidense de textiles para el hogar de cuarta generación. He dedicado mi vida a esta industria, incluidos siete años en China (2005–2012), donde construí asociaciones honestas y funcionales con proveedores. Como muchos en nuestro sector, fui testigo de cómo los empleos textiles en Estados Unidos cayeron de 2.5 millones en la década de 1950 a menos de 900,000 en el año 2000, con fábricas cerrando en todo el corazón industrial del país.
Entiendo el deseo patriótico que motiva los aranceles agresivos de hasta un 245 por ciento sobre productos chinos, diseñados para impulsar el regreso de las fábricas a pueblos en todo el país. De hecho, comparto ese deseo. Durante la Gran Recesión de 2008, nuestra empresa familiar intentó rescatar una planta casi cerrada en Ranlo, Carolina del Norte. Lamentablemente, ese intento fracasó por problemas laborales imprevistos, un recordatorio de que reconstruir la manufactura estadounidense es mucho más complejo que accionar un interruptor.
Por eso creo lo siguiente: si queremos repatriar la manufactura estadounidense, los aranceles pueden ayudar, pero solo si se combinan con políticas estratégicas basadas en incentivos que premien la inversión real y la creación de empleo. Usados por sí solos, los aranceles son un arma de fuerza bruta. Pero, usados con inteligencia, pueden convertirse en un bisturí.
La política arancelaria del presidente Trump responde a una frustración muy real. Durante décadas, los fabricantes estadounidenses vieron cómo se cerraban fábricas y los empleos se trasladaban al extranjero. Es tentador creer que imponer altos aranceles a las importaciones restaurará milagrosamente esos empleos perdidos. Pero los aranceles de esta magnitud son un arma de doble filo.
Mi empresa se enfrenta ahora a una crisis de nivel extinción. En menos de cuatro semanas, nuestros clientes minoristas en Estados Unidos —y los de muchas empresas similares— nos pidieron pausar prácticamente todos los envíos desde China, y las líneas de producción quedaron inactivas. Mientras tanto, tuvimos que enviar a casa a empleados estadounidenses leales y bien remunerados, porque muchas compañías del sector ya no pueden pagar sus salarios.
Quienes piden una desvinculación inmediata de China subestiman las décadas de confianza y precisión que se vienen construyendo en nuestras cadenas de suministro. No se pueden replicar esas relaciones ni esas capacidades de un día para otro.
Este es el meollo del asunto: si los aranceles son un instrumento contundente, entonces los incentivos inteligentes y específicos son el bisturí. Necesitamos políticas que reduzcan las barreras a la producción nacional, como créditos fiscales ampliados, simplificación normativa e inversión en capacitación. Y lo más importante —y urgente—, necesitamos alivio arancelario temporal para las empresas que estén comprometidas con el retorno de la producción al país.
Nuestra empresa ya logró asegurar un sitio para una fábrica en Clarksville, Arkansas, y con el apoyo de la gobernadora Sarah Huckabee Sanders, estamos listos para crear más de 100 empleos bien remunerados en la región. Pero no lo lograremos si los aranceles nos aplastan antes siquiera de abrir nuestras puertas.
Nuestra decisión de trasladar la manufactura de China a Arkansas representa patriotismo económico, una adaptación inteligente a las políticas comerciales y la revitalización de la industria en el corazón del país.
Nuestra inversión en este país no es solo una apuesta empresarial, sino también una declaración: el espíritu manufacturero de Estados Unidos está vivo y puede reavivarse mediante alianzas innovadoras y una visión estratégica. Esperamos trabajar de la mano con los líderes de Arkansas y las autoridades federales para que este proyecto sea un ejemplo brillante de lo que significa "Hecho en Estados Unidos" en la era moderna.
El objetivo de una base industrial estadounidense más sólida es compartido por ciudadanos de todo el espectro político. Pero no puede construirse solo con buenas intenciones: debemos combinar políticas audaces con fundamentos económicos sólidos.
Todos queremos lo mismo: una América fuerte, autosuficiente y llena de oportunidades. Si hacemos esto bien, presenciaremos un renacimiento de la manufactura estadounidense que honre nuestro pasado y abrace el futuro, sin sacrificar a las empresas que lo hacen posible.
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