Opinión
México tiene un régimen presidencialista. El presidencialismo mexicano fue estudiado por académicos y por los llamados "mexicanólogos", expertos de universidades estadounidenses que se especializaron en el estudio del régimen político mexicano surgido de la Revolución Mexicana.
Hoy la propaganda gubernamental habla de una "Cuarta Transformación" y este apodo, que equipara la toma del poder del grupo obradorista con las tres grandes revoluciones en la historia de México —la Independencia, la Reforma y la Revolución— se ha asumido como una definición válida.
Mantenerla es el único error cometido por el analista político Marco Antonio Rodríguez Blásquez, quien ha publicado en el periódico mexicano Milenio agudos análisis sobre la condición política de la presidente Claudia Sheinbaum. El último: ¿Primera transición real del poder en la 4T?
En este texto Rodríguez Blásquez se pregunta si Andrés Manuel López Obrador está dispuesto a compartir el poder con la presidente mexicana. Para ello ve, junto con favorecer por parte de ella nuevos empresarios y no los de siempre, un elemento básico: el deslinde de Claudia Sheinbaum con Ricardo Monreal, el jefe morenista en la Cámara de Diputados, con Adán Augusto López quien encabeza a la facción morenista en la Cámara de Diputados y con Andy López, el verdadero líder partidista en Morena.
Para ello el articulista ve necesaria la promoción de políticos afines como Alfonso Ramírez Cuéllar y la defenestración política de esos tres personajes, quienes representan en efecto un poder político propio prácticamente autónomo respecto a la presidente y del cual son deudores de López Obrador, a quien le deben su encumbramiento y con quien mantienen su fidelidad como líder histórico de Morena.
Y son precisamente ellos quienes se han visto envueltos en escándalos de corrupción y de exhibición de actos que ostentan una riqueza contraria a la austeridad que pregona el discurso oficial. Pero su poder es en detrimento del actual poder presidencial.
La Cámara de Senadores y de Diputados y el poderoso partido oficial son así dirigidos por representantes del obradorismo puro, para quienes el liderazgo es todavía el de López Obrador porque a él le deben su poder (esto a pesar de los rumores de distanciamiento de Adán Augusto López con López 0brador).
No se trata de analizar intrigas palaciegas o de especulaciones de café, sino de la realidad política del país. Los puestos actuales de estos poderosos personajes fueron determinados por López Obrador como un factor real de continuidad, pero también simbolizan la corrupción política impune entronizada en el gobierno morenista. Y, por lo tanto, su vigencia.
De acuerdo a mi visión, lo que pudo ser una oportunidad para que la presidente creara un poder propio —más que compartirlo— y tomara las riendas de la presidencia no sucedió ni se contempla vaya a suceder.
Se confirma así la debilidad política de la presidente. La falta de ruptura en esta coyuntura evitó que, en el marco del presidencialismo mexicano, ejerciera la sentencia de Jean Braudillard: "El poder no existe, se inventa".
Su persistencia en el poder de los tres personajes señalados confirma la continuidad contradictoria del obradorismo respecto al viejo régimen presidencialista de corte priista —repetido por el panismo—, que funcionaba con un todopoderoso presidente quien apagaba así el fulgor del pasado.
La lealtad de los políticos partidistas era con el presidente en funciones y el anterior presidente se iba a su casa o al exilio si había sido demasiado predominante.
Incluso el equilibrio del régimen se consolidaba como un péndulo que oscilaba desde el centro hacia políticas de derecha o de izquierda como una ruptura sexenal que mantenía la estabilidad y continuidad del régimen.
La clave de nuestra realidad política es ésta: la autollamada "Cuarta Transformación" no es por supuesto un cambio de régimen pues subsiste la forma presidencialista, o una repetición del estilo demagógico echeverrista (López Obrador se formó en su juventud como un político priista echeverrista), sino es una restauración: la del caudillismo callista.
Con su estilo de híbrido echeverrista y logrando la absorción y corrupción de la mayor parte de la izquierda mexicana, el obradorismo representa el retorno al caudillismo presidencial representado por Plutarco Elías Calles (1924-1928).
Es conocida la anécdota de la pinta que apareció en aquellos tiempos del callismo en un muro del camino al Castillo de Chapultepec donde radicaba Pascual Ortiz Rubio, el en ese entonces presidente: "Aquí vive el presidente, el que manda vive enfrente", aludiendo a su residencia de Calles en Las Lomas. Otro chiste de la época era: "¿Quién es el presidente?: Calles...e señor".
Pero la broma está ahí. Todos los avances democráticos para aminorar el peso del presidencialismo fueron eliminados, pero no para restaurar el viejo presidencialismo priista, sino para crear el funcionamiento, con una presidente en extremo débil políticamente, de un callismo renacido, el representado por López Obrador, asumido ya claramente por quien tiene el mando presidencial pero no lo ejerce.
En esta historia tan clara, hay alguien que opera en las sombras con su lealtad en Palenque y no en Palacio, es algo que se susurra pero cada vez se convierte más en el emblema del régimen restaurado. Se trata de Jesús Ramírez Cuevas, el hábil propagandista del régimen morenista.
La crisis política representada por la persecución judicial al jefe de la sanguinaria mafia tabasqueña conocida como la Barredora y quien fuera secretario de Seguridad de Adán Augusto López cuando fue gobernador de Tabasco, junto con las exhibiciones de los lujosos viajes de Monreal y de Andy López, se intentaron conjurar con la oportuna liberación de quien fuera acusado de ser el jefe de la banda de secuestradores, Israel Vallarta, y cuya detención se repitió para las cámaras de una televisora por órdenes de Genaro García Luna, el sedicente policía que hoy duerme en una cárcel estadounidense.
La presidente Claudia Sheinbaum encabezó este intento de cambiar el tema de la conversación pública, que giraba en torno a la cuestión política y de imagen de tres personajes emblemas de la continuidad obradorista, por un viejo tema de medios y de mala administración de justicia, que le pega a un comunicador adversario del anterior presidente.
El viejo régimen priista tuvo un elemento que fue decisivo para su larga continuidad: a su modo, pero sus presidentes tenían visión de Estado. Esto terminaba por dar un sustento a su ejercicio del poder y a sus políticas, y aunque las variantes sexenales eran reales y el presidencialismo era dominante, la referencia del Estado evitó el continuismo caudillista y que los suyos fueran solo gobiernos facciosos.
En realidad la presidente Claudia Sheinbaum está perdiendo la oportunidad de jugar su propia carta y superar el caudillismo, para encabezar un régimen presidencialista donde el poder esté en sus manos y no en las de un caudillo que vive rodeado de militares y con operadores en las Cámaras, en Morena y en Palacio Nacional. Por supuesto el poder no se comparte. "Aquí vive el presidente, el que manda vive enfrente". O sea, en Palenque.
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