Opinión
Recientemente la Ciudad de México vivió el impacto del asesinato de dos altos funcionarios del gobierno capitalino: Ximena Guzmán y José Muñoz, jóvenes ambos situados ya en la esfera del poder como colaboradores de Clara Brugada, la jefa de gobierno, ella la secretaria particular y él su coordinador de asesores.
Su ejecución llevada a cabo por sicarios, quienes hicieron evidente ser profesionales, ha despertado un miedo: que la ciudad capital se vea envuelta en una violencia semejante a la vivida en otras ciudades de provincia convertidas en tierra de nadie. Ni siquiera en la guerra del narco iniciada por el presidente Felipe Calderón se percibió un riesgo semejante.
De manera evidente se contó con información interna sobre las costumbres de los funcionarios, se utilizó a un tirador experto, se cometieron los asesinatos en una avenida transitada y a plena luz del día —enfrente de una estación abierta del Metro, es decir, con posibles decenas de testigos—, y casualmente protegidos por una Cámara de C5 descompuesta, por lo que no hubo posibilidad de generar una alerta inmediata ante el escape del asesino y sus cómplices.
Y es que los signos brotan con los últimos gobiernos de Morena. Sucedió con el atentado del 2020 en Las Lomas de Chapultepec por parte del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) en contra del actual Secretario de Seguridad del gobierno federal, Omar García Harfuch, señalado por los criminales como un favorecedor de sus rivales del Cártel de Sinaloa.
En aquella ocasión dos elementos de seguridad cayeron muertos bajo la intensa metralla, así como una señora que paseaba como todas las mañanas a su perrito. De ella, víctima también importante por ser una simple ciudadana en el lugar equivocado, no se publicó nunca nada, pero su anonimato es ominoso: a cualquiera le puede pasar.
Por supuesto la Ciudad de México ha tenido episodios de violencia sobre todo política, desde la "Decena Trágica" en tiempos de la Revolución Mexicana, cuando hubo un alzamiento contra el gobierno constituido; o en el movimiento del 68 y su trágico final con la matanza de la Plaza de Tlatelolco. O con un mayor número de muertos, cuando el grupo paramilitar del gobierno conocido como los Halcones atacó una manifestación de estudiantes el 10 de junio de 1971, lo cual desencadenó una espiral de violencia en esa década, conocida como la “guerra sucia de los 70” con su caída de cientos de víctimas en la CDMX y en otras partes del país.
Pero en general se consideraba a la Ciudad de México una ciudad pacífica a pesar de las franjas delictivas propias de una ciudad moderna de su tamaño, pero de alguna suerte bajo control y que no la desbordaban. Recuerdo cuando hace años conocí y tuve oportunidad de conversar con el célebre actor Anthony Hopkins en su visita a la Ciudad de México. Me dijo: “Tu ciudad es muy hermosa”. Y me comentó que le había encantado particularmente la Alameda y el Paseo de la Reforma, que lo comparó con Le Champs Elisées, pues sin duda esta avenida creada en el Porfiriato tenía un bello aire afrancesado.
Le di la razón a Hopkins, pero le recordé un dicho: “Nuestra ciudad es sexy y peligrosa” al recordar las palabras de Tony Scott, el director de cine ya fallecido quien filmó aquí en la CDMX una película sobre la oleada de secuestros que padecimos y que, con trabajos, fue resuelta hasta desaparecer gracias al trabajo sistemático del Estado mexicano.
Ahora me daría vergüenza que Anthony Hopkins nos visitara y viera de nuevo a la Alameda invadida de puestos de fritangas, drogadictos —pues ahí se vende abiertamente droga—, puestos de mercancía china de contrabando. Y el mal continúa a lo largo del Paseo de la Reforma lleno de grafitis, puestos de fritangas con su suciedad y plaga de cucarachas, puestos de venta de mercancía china ilegal y una fealdad cometida a propósito por sus autoridades.
La actual presidente Claudia Sheinbaum mandó quitar la estatua de Colón en Reforma, afectando el célebre Paseo Colón de antigua prosapia. El pretexto fue un oscuro alegato ideológico como si el descubrimiento de América, origen de nuestra cultura mestiza, debiera rechazarse cuando le debemos la civilización a la que pertenecemos, una mezcla del pasado indígena y de cultura, idioma, historia y tradiciones occidentales.

Me parece que esto fue un error de una política preparada como científica que, por otra parte, mira contradictoriamente hacia el horizonte de la modernidad económica mundial, proceso que está en el pasado, el presente y el futuro de nuestro país, sobre el cual gravita nuestro orgullo por tres mil años de historia como decía aquella célebre exposición que dio la vuelta al mundo para exhibir nuestras raíces. En aquel tiempo, hace más de treinta años, escribí: “México es un país joven con alma antigua”.
A la altura de este artículo se me dirá: ¿y esto que tiene que ver con la seguridad? Mi respuesta: mucho. Ya Rudolph Giuliani, ex alcalde de Nueva York, descubrió como una causa de la inseguridad citadina la descomposición social provocada por el deterioro ambiental, la suciedad, el descontrol social, la drogadicción pública, la fealdad urbana, la permisividad con las bandas delincuenciales, los edificios abandonados, la indiferencia gubernamental sobre la estética urbana, etcétera.
Dicho de otra manera: el viejo cuidado sobre Reforma, la hermosa avenida histórica mexicana, debería influir en Iztapalapa, no la iztapalización gobernar Reforma. Porque este deterioro se relaciona con la cultura política de la jefa de gobierno Clara Brugada, una política comprometida con lo popular, algo digno de elogio, siempre y cuando lo popular auténtico se separe de lo populachero, lo lumpen, lo ilegal y un ambiente de descomposición social.
Sobre la tragedia acontecida en la Avenida Tlalpan hay una investigación oficial en curso. Por lo pronto se debe desechar la propaganda y la contrapropaganda. Esperemos que las autoridades encuentren a los criminales y se sepa el móvil para atentar contra los jóvenes funcionarios. Por lo pronto se debe exhortar a la jefa de gobierno capitalino a que su oficina tenga una proyección de Estado y no se permitan mafias como la penitenciaria, ni negocios disfrazados de reivindicación social como los despojos cometidos por la Unión Popular Revolucionaria Emiliano Zapata (UPREZ). Si la autoridad es limpia, es más fácil limpiar la ciudad. Y evitar que la Ciudad esté en peligro.
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de The Epoch Times.
Únase a nuestro canal de Telegram para recibir las últimas noticias al instante haciendo click aquí