Opinión
Al entrar en la casa, oí a mis hijos discutir. "¡No es justo!", gritó uno. Ni siquiera sabía de qué discutían, pero los detuve y los senté.
"La vida no es justa", les dije. "¿Quién les hizo creer que lo es? Nunca lo ha sido y nunca lo será".
Tienen 10, 8 y 5 años, probablemente son demasiado pequeños para este tipo de charla, pero una vez que empecé, no pude parar. En algún momento de mi discurso, me di cuenta de que en realidad se trataba de un artículo, no de una conversación destinada a niños pequeños. Pero ya era demasiado tarde; ya estaba metida de lleno.
Les dije que el trabajo duro, la dedicación y el compromiso suelen ser recompensados, pero no siempre. A veces, la gente alcanza el éxito sin esas cosas. Algunos nacen en familias con dinero o contactos. Otros tienen que luchar por cada centímetro. La vida no es, y nunca será, un campo de juego equitativo.
Pero, ¿de dónde sacamos la idea de que debería serlo? ¿Y cuándo empezamos a pedirle al gobierno que la hiciera justa?
La verdad es que no es posible. La equidad no se puede imponer, legislar ni regular. Todos tenemos cuerpos diferentes, padres diferentes, traumas diferentes y dones diferentes.
Cuando era joven, deseaba ser más delgada para poder seguir patinando después de la pubertad. Deseaba ser más alta para poder jugar al baloncesto. Pero desearlo no cambiaba la realidad.
Podía identificarme como jugadora de baloncesto o patinadora artística, pero eso no lo convertía en realidad. Me parecía injusto. No tenía el cuerpo de una patinadora artística. No tenía el cuerpo de una jugadora de baloncesto. No tenía un cuerpo como el de las chicas de las portadas de las revistas.
Pero así eran las cosas. Tuve que aprender a vivir con la realidad de mi propio cuerpo, a descubrir sus fortalezas en lugar de resentirme por sus limitaciones. Esa lección ha resonado a lo largo de mi vida: no podemos cambiar la realidad para que se adapte a nuestros deseos, pero podemos enfrentarnos a ella con humildad, esfuerzo y determinación.
Nací con otros dones: una mente aguda, una fuerte ética de trabajo, sentido del humor y capacidad de perseverancia. Esas son las herramientas que me han dado. Mi hermano, por otro lado, era el simpático, un trabajador extraordinario, un constructor de comunidades, un conector de personas. Crecimos en la misma casa, con los mismos padres, y sin embargo nuestras vidas son completamente diferentes. A veces él ha ganado más dinero que yo; otras veces, yo he gané más que él. Eso no es injusto, es simplemente la vida.
El mito de la equidad
No es tarea del gobierno proteger la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. La tarea del gobierno es crear el contenedor en el que cada uno de nosotros pueda buscarlas. Solo nosotros podemos hacerlo.La conversación sobre la equidad, la obsesión por la justicia y la cultura de los trofeos de participación nos están volviendo más blandos. Cuando eliminamos el dolor de perder o la frustración de no ser los mejores, eliminamos el combustible que impulsa el crecimiento humano.
Sentir el dolor de "no ser suficiente" en un momento dado es lo que nos empuja a mejorar. Mirar lo que tiene otra persona y preguntarse: "¿Cómo puedo llegar a eso?", eso es ambición. Esa es la naturaleza humana.
Todos somos diferentes: tenemos diferentes coeficientes intelectuales, diferentes metabolismos, diferentes temperamentos, diferentes circunstancias familiares. Algunas de esas cosas las podemos controlar; muchas otras, no. Pero ninguna de ellas se puede igualar con políticas.
No existe la justicia. No existe la equidad.
No se puede legislar el resultado, solo la oportunidad. Las oportunidades deben estar disponibles por igual para cualquiera que esté dispuesto a trabajar por ellas. Pero los resultados siempre variarán, porque los seres humanos siempre variarán.
Mi esposo era uno de ocho hijos, nacido en una caseta de cemento en México. Hoy en día, es dueño de un rancho de 200 acres en Texas. ¿Cuáles son las probabilidades de eso? Una en un millón, tal vez. ¿Es "justo" que sus hermanos no tengan la misma vida? Por supuesto que no. Pero esa no es la cuestión. El milagro es que él pudo. Que en este mundo, alguien que nació en la pobreza pueda construir una vida más allá de lo imaginable.
Y tal vez mi esposo piense que es injusto que tenga que trabajar tan duro para mantener todo lo que tenemos, mientras que sus hermanos pueden salir del trabajo a las cuatro de la tarde, tumbarse en una hamaca y beber una cerveza fría todos los días de la semana. A las cuatro de la tarde, él todavía tiene muchas horas de trabajo por delante.
La justicia es una percepción.
A veces sueña con volver a México para llevar una vida más sencilla y con menos responsabilidades. Mientras tanto, sus hermanos ven su vida y piensan que lo tiene fácil, con los tractores, las herramientas y la tierra.
Entonces, ¿quién tiene razón? ¿Quién tiene una vida mejor? ¿Quién ha salido ganando?
Quizás la justicia no sea algo que debamos perseguir. Quizás sea solo una lente a través de la cual vemos nuestras propias bendiciones y cargas.
Eso no es justicia. Es libertad.
Espero criar a mis hijos de tal manera que comprendan que la vida no es justa, pero que lo más importante es saber que ellos son responsables. Con esa responsabilidad, pueden crear una vida que les guste. Puede que no sea igual a la vida de otras personas, pero será la que estaban destinados a vivir, siempre y cuando den lo mejor de sí mismos.
















