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El presidente Donald Trump responde a preguntas tras hacer un anuncio sobre "importantes hallazgos médicos y científicos para los niños estadounidenses" en la Sala Roosevelt de la Casa Blanca en Washington el 22 de septiembre de 2025. (Andrew Harnik/Getty Images)

El presidente Donald Trump responde a preguntas tras hacer un anuncio sobre "importantes hallazgos médicos y científicos para los niños estadounidenses" en la Sala Roosevelt de la Casa Blanca en Washington el 22 de septiembre de 2025. (Andrew Harnik/Getty Images)

Calendario de vacunación finalmente en el punto de mira

OPINIONES DE SALUD
Por Jeffrey A. Tucker
25 de septiembre de 2025, 5:04 p. m.
| Actualizado el25 de septiembre de 2025, 7:37 p. m.

Opinión

Bueno, Donald Trump lo consiguió. Programó una rueda de prensa sobre la ciencia del autismo, lo que sabemos y lo que no sabemos, y la manejó con maestría. Es profundamente consciente que, como padre y presidente de Estados Unidos, puede plantear argumentos que sus propios asesores científicos no pueden plantear por razones políticas, sociológicas y científicas.

Sin embargo, Trump sabe que las mujeres embarazadas y las familias aún tienen que tomar decisiones y que esas decisiones podrían afectar la salud y el bienestar de sus hijos durante el resto de sus vidas. No hay nada más importante. Mientras tanto, el autismo es una epidemia. Algo está causando esto.

No existe tal cosa como una epidemia genética. Tampoco se puede atribuir a un cambio en la definición del término, ya que entonces veríamos un aumento de la distribución entre los adultos, lo que no ocurre. El jefe de la FDA, Marty Makary, normalmente muy cauteloso y prudente en sus declaraciones, dijo lo que nadie había dicho tan claramente: el autismo se puede prevenir.

Aunque Robert F. Kennedy Jr., Jay Bhattacharya y Mehmet Oz estaban allí y hablaron, fue Trump quien asumió valientemente la responsabilidad de decir lo que un gran número de padres y médicos sospechan y saben, pero que hasta ahora había sido un tema tabú. Señaló dos culpables principales: el Tylenol para las madres que dan a luz y los bebés, y el apretado calendario de vacunación que somete a los bebés pequeños a un cóctel de vacunas cuyos efectos combinados nunca se han estudiado.

Trump fue muy claro. No tomen Tylenol. Además, el calendario debería modificarse para que cada vacuna sea independiente y se administre a lo largo de varios años. Es más, algunas vacunas, como la HepB, deberían esperarse hasta los 12 años, si es que se administran. Esto significaría que ya no habría MMR, y mucho menos una vacuna MMRV que añade la varicela a la mezcla. Significaría una vacuna para el sarampión, otra para las paperas, otra para la rubéola, y así sucesivamente.

Actualmente, los productos no existen en esa forma. Toda la trayectoria ha consistido en agruparlos, y esto ha coincidido con una explosión de casos de autismo. No es descabellado suponer que existe una conexión. Y Trump explicó las historias de tantas madres, más de la mitad, que informan de cambios dramáticos e inmediatos en el comportamiento y cognitivos tras una vacuna.

Estas personas han sido manipuladas durante 40 años. Las han llamado toda clase de nombres terribles. Los científicos que han defendido su caso han sido excluidos del mundo académico, de las sociedades profesionales y de las revistas especializadas, y se les ha declarado personas no gratas. Pero nunca se han rendido. Trump lleva 20 años estando personalmente de acuerdo con ellos, según sus propias declaraciones. Él y Kennedy llevan mucho tiempo manteniendo conversaciones privadas al respecto.

Todo este campo es un terreno minado lleno de peligros tanto culturales como industriales. En algún momento, Trump se dio cuenta que si alguien iba a romper el estancamiento en este tema, tenía que ser él. Así que lo hizo, y fue mucho más lejos de lo que nadie —¡y digo nadie!— esperaba.

Señaló las locas adiciones al calendario desde 1980. Desde entonces se han añadido las siguientes vacunas: HepB, Hib, PCV, RV, HepA, HPV, MenACWY, MenB y COVID-19. Esto eleva las dosis de 12 a 35 y de 7 a 15 enfermedades. Esta es la fiebre del oro desencadenada por la protección frente a la responsabilidad civil establecida en 1986. Mientras tanto, Trump se refirió a "ciertos grupos que no toman vacunas ni pastillas y no tienen autismo". Se volvió hacia Kennedy, quien dijo en voz baja que algunos estudios se han centrado en los amish. Sí, dijo Trump, "los amish. Básicamente, no tienen autismo".

Ver esto en tiempo real fue una experiencia alucinante. Todos estos son temas que se discuten en pequeños grupos y organizaciones de padres de niños autistas. Han luchado contra los fabricantes, pero casi sin éxito debido a todas las protecciones legales que rodean a las empresas.

Desde una perspectiva amplia, la idea de las vacunas es, presumiblemente, hacernos más saludables. Ha ocurrido lo contrario. Y eso ha dado lugar a una seria cuestión sobre las complejidades de la inmunidad humana. Está bien combatir una enfermedad induciendo la inmunidad. Lo hemos estado haciendo durante cientos de años, con éxitos gloriosos en particular en el caso de la viruela. Pero ese éxito también ha dado lugar a una arrogancia imprudente que imaginaba que todo el sistema inmunológico podía ser sustituido por juegos de laboratorio para burlar a todo el reino microbiano.

La industria se ha vuelto tan grande y poderosa que ejerce claramente un enorme poder sobre el mundo académico, las publicaciones científicas, el gobierno y los medios de comunicación a través del poder de la publicidad. El alcance y la influencia de la industria de las vacunas se hicieron tan grandes que, en marzo de 2020, tuvo suficiente influencia para empujar a 195 gobiernos del mundo a cerrar la actividad económica hasta que se pudiera producir y distribuir un antídoto contra la COVID.

El problema debería haber sido obvio incluso para un lector ocasional de la literatura más antigua. La inducción de la inmunidad mediante una inyección puede tener un efecto esterilizante para patógenos estables como la viruela y el sarampión.

Es diferente en el caso de los virus respiratorios, que mutan y se adaptan constantemente y que además poseen un reservorio zoonótico. Si cualquier mamífero puede ser portador de la nueva cepa, la vacunación será como un juego de Whack-A-Mole que nunca termina. Mientras tanto, la propia vacunación puede reconfigurar el sistema inmunitario para resistir una cepa obsoleta, al tiempo que lo expone a nuevas vulnerabilidades procedentes de lugares inesperados.

Todo esto se podía saber de antemano, y se sabía. Aun así, siguieron adelante. Luego está el problema de una nueva tecnología llamada ARNm modificado, que se administra a través de nanopartículas que no controlan ni la dosificación ni la distribución. Estas vacunas se han asociado con lo que muchos expertos consideran lesiones y muertes sin precedentes y, sin embargo, las exenciones de responsabilidad han impedido cualquier litigio para reclamar daños y perjuicios.

Cuando se analiza esta situación, parece bastante obvio que, de una forma u otra, tenía que llegar un momento de sinceridad y responsabilidad. Trump sigue muy orgulloso de la Operación Warp Speed, pero profundamente incrédulo sobre el resto del calendario infantil. Su solución se basa en cuatro puntos: 1) retrasar la vacuna contra la hepatitis B hasta los 12 años; 2) vacunar contra una enfermedad a la vez; 3) una vacuna por visita; 4) nada de mercurio en las vacunas. Toby Rogers, el principal experto en vacunas y autismo, afirma que estas medidas acabarían con la epidemia.

Si duda de que él tenga razón al ser escéptico del calendario actual, lo insto a leer un libro nuevo del abogado Aaron Siri titulado "Vaccines, Amen". De todos los libros que he leído sobre este tema, este es el más convincente y persuasivo. Documenta declaraciones, registros de seguridad, si estas pociones han sido realmente sometidas a ensayos controlados con placebo y en qué medida, y la gran cantidad de literatura que ha sido suprimida y menospreciada. El libro le sorprenderá, especialmente por su extensa documentación sobre cómo todas las enfermedades contra las que vacunamos estaban en gran medida controladas antes de que se lanzara el producto.

Qusiera terminar con una nota personal, si me lo permiten. Llevo 20 años escribiendo sobre la planificación ante pandemias. En todo ese tiempo, no logré ver, y mucho menos comprender, el papel de la industria farmacéutica como la mano oculta detrás de escena. Cuando se lanzaron las vacunas contra el COVID, nunca creí que funcionaran en el sentido normal en que usamos este término, pero no era consciente de los peligros para la salud. Nunca había oído el término "antivacunas" hasta quizás 2021 y, desde luego, no podía articular una justificación para esa opinión.

Nunca hubiera imaginado que estaría viendo y aplaudiendo una rueda de prensa presidencial que, en esencia, rompió toda la ortodoxia que rodeaba al calendario de vacunación infantil. Es evidente que la respuesta a la pandemia de hace cinco años ha abierto nuevas formas de pensar. Los principales medios de comunicación ya están gritando como si fuera el fin del mundo. No lo es. Es el principio del fin del poder farmacéutico incuestionable.

Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente las opiniones de The Epoch Times.


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