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El secretario de Comercio de Estados Unidos, Howard Lutnick, saluda a su llegada a Lancaster House, en el segundo día programado para las conversaciones comerciales entre Estados Unidos y China, en Londres el 10 de junio de 2025. Reuters/Toby Melville

El secretario de Comercio de Estados Unidos, Howard Lutnick, saluda a su llegada a Lancaster House, en el segundo día programado para las conversaciones comerciales entre Estados Unidos y China, en Londres el 10 de junio de 2025. Reuters/Toby Melville

Roto por diseño: Por qué el PCCh nunca cumple sus acuerdos y por qué este no será diferente

OPINIÓNPor Tamuz Itai
19 de julio de 2025, 9:24 p. m.
| Actualizado el19 de julio de 2025, 9:32 p. m.

Opinión

A principios de 2025, Estados Unidos y China firmaron lo que se promocionó como un gran avance: un nuevo acuerdo comercial, una flexibilización temporal de los aranceles y un retorno provisional a la estabilidad. El Acuerdo de Ginebra, como se bautizó rápidamente, acaparó los titulares de los mercados mundiales. Pero bajo la superficie, una pregunta persistía, en voz baja entre los funcionarios y en voz alta entre los escépticos:

¿Cuánto tiempo durará este acuerdo antes de que Beijing lo rompa?

Hacer esta pregunta no es ser cínico. Es tener conocimientos históricos.

Porque el Partido Comunista Chino (PCCh) no solo tiene un mal historial en el incumplimiento de acuerdos internacionales. Lo tiene en todos los ámbitos.

Un patrón que se oculta a plena vista

El PCCh ha desarrollado un modelo repetitivo: firmar acuerdos bajo presión, incumplirlos una vez que cambia la balanza de poder y luego negar cualquier irregularidad mientras culpa a la otra parte. Este ciclo se ha repetido en múltiples ámbitos: comercio, diplomacia, tecnología, academia y seguridad. El resultado no es solo promesas incumplidas. Es un riesgo estructural.

Pensemos en la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio en 2001. Los líderes occidentales lo consideraron un hito para la reforma. A cambio del acceso al mercado, China prometió poner fin a las subvenciones industriales, abrir sectores a la competencia y seguir prácticas comerciales transparentes.

En cambio, el PCCh fortaleció su economía planificada. Las empresas estatales siguieron disfrutando de subvenciones. Las barreras arancelarias se sustituyeron por obstáculos burocráticos. Y en sectores como el de los minerales raros, Beijing restringió estratégicamente las exportaciones, al tiempo que exigía a las empresas extranjeras que localizaran la producción y cedieran la tecnología.

Cuando China se enfrentó a su primer gran desafío en la OMC —por esas mismas restricciones a los minerales raros—, perdió. Pero también aprendió: infringir las normas tiene un largo periodo de gracia y un coste muy bajo.

La fase uno: una ilusión

Avancemos rápidamente hasta 2020. En medio de tensiones comerciales cada vez más intensas, la Administración Trump firmó el llamado acuerdo de fase uno con China. El acuerdo exigía a Beijing aumentar drásticamente sus importaciones de productos estadounidenses, proteger la propiedad intelectual y frenar las transferencias forzadas de tecnología.

Lo que siguió fue un patrón ya familiar. Según datos del Representante de Comercio de Estados Unidos, China incumplió sus compromisos de compra en más de 200,000 millones de dólares. El espionaje industrial continuó. Las empresas estadounidenses seguían viéndose obligadas a establecer asociaciones que permitían a sus homólogas chinas acceder a tecnologías patentadas.

A pesar de que los funcionarios estadounidenses publicaron informes que documentaban el incumplimiento, la postura oficial de Beijing se mantuvo inalterable: todo va bien y cualquier problema es culpa de Washington.

Europa y Asia: no es solo un problema estadounidense

El patrón del PCCh no discrimina por continentes.

En 2020, la Unión Europea y China concluyeron el Acuerdo Global de Inversiones tras años de negociaciones. La tinta aún no se había secado cuando China impuso sanciones a los legisladores europeos que criticaron su trato a los uigures. El Parlamento Europeo congeló la ratificación y el acuerdo sigue en el limbo hoy en día.

En el sudeste asiático, China lleva más de dos décadas prometiendo finalizar un código de conducta en el mar de la China Meridional con los países de la ASEAN. Sin embargo, durante este mismo período, Beijing ha militarizado islas artificiales y ampliado sus reivindicaciones marítimas a expensas de Vietnam, Filipinas y Malasia, todo ello mientras continuaba las "negociaciones".

Para los Estados más pequeños de la región, los memorandos bilaterales de entendimiento con China se han convertido en caballos de Troya: promesas de infraestructura o comercio a cambio de silencio político y dependencia económica.

Más allá del comercio: las traiciones no económicas

El cumplimiento selectivo del PCCh se extiende a la ciencia, la cultura y la seguridad.

En 2015, China acordó abstenerse de realizar robos cibernéticos patrocinados por el Estado con fines comerciales. En menos de un año, las agencias de inteligencia estadounidenses informaron de la reanudación total de las operaciones de piratería informática dirigidas contra empresas estadounidenses y contratistas de defensa.

En el ámbito académico, Beijing puso en marcha los Institutos Confucio con la promesa de fomentar el intercambio cultural y el aprendizaje de idiomas. En la práctica, se convirtieron en instrumentos de censura y vigilancia, lo que provocó el cierre de decenas de ellos en todo el mundo.

Y en el caso de Hong Kong, la violación más flagrante: un tratado de 1984 con Gran Bretaña prometía "un país, dos sistemas" durante 50 años. Esa promesa quedó anulada por una sola ley aprobada en 2020, que criminaliza la disidencia y pone fin a la autonomía de la ciudad décadas antes de lo previsto.

No se trata de incidentes aleatorios. Reflejan una visión del mundo en la que los acuerdos son herramientas para obtener ventajas tácticas, y no marcos vinculantes de respeto mutuo.

Los acuerdos como tácticas dilatorias

En el mundo islámico existe un término, hudna, que designa un alto el fuego táctico que no tiene por objeto poner fin al conflicto, sino reagruparse para lanzar un ataque posterior. El enfoque diplomático del PCCh se hace eco de esta lógica.

Para ser claros: el PCCh es un actor estatal con influencia global y un puesto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Pero cuando un régimen firma constantemente acuerdos como medio para ganar tiempo, manipular los titulares o fracturar alianzas, se comporta más como una fuerza revolucionaria que como un socio basado en las normas.

Lo que plantea una pregunta más profunda: ¿por qué la comunidad internacional sigue tratando estos acuerdos como si se hubieran hecho de buena fe?

El verdadero riesgo no es el incumplimiento del acuerdo, sino lo que sucederá después

El verdadero problema del nuevo acuerdo comercial entre Estados Unidos y China no es que pueda fracasar. Es lo que sucederá cuando fracase.

Porque la próxima vez que China restrinja las exportaciones de tierras raras —o limite el flujo de imanes fundamentales para los vehículos eléctricos y los sistemas de misiles— no será una crisis diplomática. Será una crisis de la cadena de suministro. Y si Estados Unidos no se ha diversificado, relocalizado o asociado con aliados fiables para crear redundancia, las consecuencias podrían ser devastadoras.

Esto es lo que diferencia las rupturas del PCC de las disputas convencionales: el riesgo no es teórico. Es físico, económico e inmediato.

¿Podrá adaptarse Washington?

Algunos pueden argumentar que esta vez será diferente, porque el liderazgo estadounidense es diferente. Que una segunda Administración Trump jugará más duro, supervisará mejor y tomará represalias más rápidamente.

Pero el PCCh no necesita que seas ingenuo. Solo necesita que seas demasiado confiado.

Incluso los líderes fuertes que negocian desde una posición de ventaja se enfrentan a un sistema partido-Estado que destaca por su capacidad para retrasar, confundir y tomar represalias a través de canales no oficiales. Cuando la violación se hace visible, el daño ya está hecho y, a menudo, se ha logrado desviar la culpa.

Lo que hay que hacer ahora

En lugar de apostar solo por la buena voluntad o la fuerza, Estados Unidos debe planificar ahora lo inevitable. Hay que dar por hecho que el acuerdo se romperá más pronto que tarde y actuar ahora, con urgencia.

Eso significa, en parte:
  • Desarrollar la capacidad nacional en tierras raras, semiconductores y productos farmacéuticos.
  • Establecer mecanismos de aplicación automáticos con sanciones reales.
  • Crear redundancia a través de cadenas de suministro aliadas, especialmente con la India, Australia, Japón y la Unión Europea.
  • Dar visibilidad pública a los flujos comerciales y a los indicadores de cumplimiento. El PCCh siempre teme que sus fechorías se hagan públicas.
En resumen, hay que esperar la traición y hacer que sea irrelevante.

Conclusión: una prueba, aún no un triunfo

Este último acuerdo comercial no es un triunfo de la diplomacia. Todavía no. Es una prueba para ver si Washington ha aprendido finalmente las reglas del juego.

Porque en cualquier negociación, la verdadera cuestión no es solo lo que está escrito en el papel. Es con quién lo firmas y qué han hecho siempre antes.

La historia ya nos ha dado la respuesta. Ahora es el momento de actuar como si lo creyéramos.

Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente las opiniones de The Epoch Times.


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Comentarios (1)

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Lorena Fonck

20 de julio de 2025

El único día que dirán la verdad ,es porque ya no existan.

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