Opinión
En la cultura actual, se nos pide que digamos mil pequeñas mentiras solo para proteger los sentimientos de las personas, pero cada mentira erosiona el alma. La verdad, por otro lado, nos libera y nos acerca a Dios.
La mayoría de estas mentiras suenan compasivas. Evitan que los demás se sientan mal. Pero la compasión basada en el engaño no es amor, es cobardía. Quizás pienses: "Yo no miento". Pero casi todos lo hacemos, especialmente cuando repetimos frases que hacen que las personas se sientan mejor a expensas de la verdad.
Tomemos, por ejemplo, la frase "lo mejor es alimentar". Suena amable. Evita que las mujeres que no pudieron o no amamantaron se sientan culpables. Pero no es cierto. La fórmula no es igual a la leche materna. Decir lo contrario es participar en una falsedad reconfortante, muy promovida por una industria multimillonaria que se beneficia de separar a las madres del diseño sagrado de sus propios cuerpos.
La leche materna no es solo grasas, proteínas y azúcares. Es una comunicación viva entre la madre y el niño. El pezón lee la saliva del bebé y ajusta su composición en tiempo real para satisfacer las necesidades del niño. ¿Qué arrogancia nos permite creer que podemos mejorar lo que Dios ha diseñado desde el principio de los tiempos?
Y las pruebas son abrumadoras. Las investigaciones demuestran que los niños que son amamantados durante más de seis meses tienen un sistema inmunológico más fuerte y menos enfermedades a lo largo de su vida. Su microbioma intestinal, la base de toda la salud, está sembrado de bacterias beneficiosas que protegen contra las infecciones y la inflamación. Los bebés amamantados experimentan menores índices de infecciones respiratorias y de oído, alergias y enfermedades crónicas más adelante en la vida.
Un análisis de Frontiers in Public Health de 2021 también descubrió que los niños amamantados tienden a obtener mejores resultados en las evaluaciones cognitivas y verbales. No se trata de diferencias insignificantes, sino de huellas duraderas del diseño de Dios que funciona según lo previsto.
Si sabemos todo esto, si los datos son claros y el diseño es divino, ¿por qué tantas mujeres siguen alimentando a sus hijos con leche de fórmula? Creo que hay dos razones principales. La primera son las campañas de propaganda como "alimentar es lo mejor", que han convertido la verdad biológica en una cuestión de sentimientos y conveniencia. La segunda es el hecho de que ya no vivimos en comunidad.
Las madres se ven obligadas a luchar solas, sin las tías, abuelas y amigas que antes las rodeaban y las apoyaban. Muchas mujeres se ven obligadas a volver al trabajo a las pocas semanas de dar a luz, intentando extraerse leche en armarios o baños mientras sus bebés son alimentados con biberones de plástico en las guarderías. Estamos destinados a vivir en comunidad. Somos mejores en comunidad.
Si tienes una madre joven en tu vida, haz lo que puedas para apoyarla en su capacidad de amamantar, ya sea llevándole comida, cuidando al bebé mientras duerme, ayudando con los niños mayores o defendiendo políticas posparto que den espacio al sagrado trabajo de la lactancia. No se trata de vergüenza. Se trata de proteger el futuro de ese niño y honrar el diseño que Dios mismo puso en marcha.
Por supuesto, hay ocasiones en las que la leche de fórmula es necesaria: tras la muerte de la madre, en caso de adopción o en circunstancias médicas excepcionales. En esos momentos, salva vidas. Pero la necesidad no la hace igual. Lo mismo ocurre con las cesáreas. Son milagros de la medicina moderna cuando son necesarias, pero no son equivalentes al parto vaginal, en el que el niño es inoculado con el microbioma de la madre al pasar por el canal del parto. Esos microbios —bacterias, hongos y virus— siembran el sistema inmunológico del niño para toda la vida. El diseño de Dios es perfecto. La medicina puede intervenir en casos de emergencia, pero no puede mejorarlo.
Estas verdades biológicas son importantes. La microbiología y el desarrollo cerebral de los bebés alimentados con leche de fórmula no son los mismos que los de los bebés alimentados con leche materna, lo que significa una vida llena de resultados imprevistos basados en las decisiones que tomamos cuando nuestros hijos son bebés. No se trata de juicios morales, sino de realidades biológicas. Sin embargo, se nos dice que no las mencionemos, para que nadie se sienta avergonzado. Pero la verdad no es vergonzosa. La verdad es luz.
Hacemos esto en todos los ámbitos de la vida. Decimos que el aborto es atención médica. Decimos que los hombres pueden tener bebés. Decimos que las vacas están destruyendo el planeta. Decimos que la masculinidad es tóxica, que la obesidad es saludable y que los niños pueden "nacer en el cuerpo equivocado". Cada una de estas cosas es una pequeña mentira que se suma a una gran erosión del alma y a una creciente distancia de Dios.
Me rompe el corazón pensar en aquellas personas que no pueden amamantar, especialmente las que revirtieron su transición y perdieron esa capacidad para siempre porque los profesionales de la salud les mintieron sobre sus cuerpos. La compasión nunca debe ir en detrimento de la verdad. Cuando mentimos para proteger los sentimientos, a la larga hacemos mucho más daño a las personas.
He amamantado durante casi 11 años seguidos, a pesar del agotamiento, el sacrificio y los momentos en los que solo quería recuperar mi cuerpo. Pero la maternidad no se trata de mí, se trata de dar a mis hijos toda la protección posible en un mundo tóxico, empezando por la leche que Dios diseñó para ellos.
Así que lo diré de nuevo, sin disculparme: la leche materna es lo mejor. El diseño de Dios es lo mejor. La verdad es lo mejor.
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente las opiniones de The Epoch Times.
















