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Billion Photos (Shutterstock)

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Lo que celebramos el 4 de julio

OPINIÓNPor Armstrong Williams
4 de julio de 2025, 6:03 p. m.
| Actualizado el4 de julio de 2025, 7:41 p. m.

Opinión

Muchos se reunirán este 4 de julio con el pretexto de celebrar: barbacoas, fuegos artificiales, ondear banderas. Pero ¿cuántos entienden, realmente comprenden, lo que están celebrando?

En una época en la que el resentimiento ha sustituido a la gratitud, el 4 de julio se ha convertido en un ritual vacío para algunos. El peligro no solo reside en olvidar nuestra historia, sino también en reescribirla a través del estrecho prisma del descontento moderno.

Seamos claros: Estados Unidos no era perfecto en 1776. Tampoco lo es ahora. Pero la perfección no es la medida de la libertad, sino la libertad misma. Al declarar la independencia, aquellos hombres imperfectos trazaron el camino hacia una sociedad en la que los individuos, y no los monarcas ni las turbas, sostienen las riendas del destino.

Hoy en día se lamenta mucho la figura de los Padres Fundadores de Estados Unidos: esclavistas, terratenientes, hombres contradictorios. Pero la historia no ofrece santos, ofrece contexto. Y en el contexto de su época, la idea radical de que el gobierno debía derivar su poder del consentimiento de los gobernados era revolucionaria. Ese principio, y no las imperfecciones de los hombres que lo redactaron, es lo que celebramos el 4 de julio.

Las alternativas que ofrecen los críticos de la fundación de Estados Unidos son, francamente, poco convincentes. Si se sustituye el mérito por las cuotas, la libertad por la burocracia y la responsabilidad individual por la culpa colectiva, se obtiene una sociedad estancada, no floreciente. Lo que se pierde con demasiada frecuencia en el discurso moderno es que las libertades que damos por sentadas —libertad de expresión, libertad de culto, garantías procesales, igualdad de protección— siguen siendo un bien escaso en gran parte del mundo.

He pasado mi vida examinando las consecuencias de las ideas. Y pocas ideas han sido tan trascendentales —o beneficiosas— como la creencia de que el hombre nace libre y que el gobierno existe para garantizar, no para otorgar, esas libertades. Estados Unidos, a pesar de sus pecados, ha hecho más por mejorar la condición del hombre que cualquier otra nación en la historia.

Está de moda en los círculos de élite burlarse del patriotismo, denigrar la bandera como símbolo de opresión en lugar de emancipación. Pero dígaselo a los millones de personas que huyeron de la tiranía para llegar a nuestras costas. Dígaselo a los refugiados vietnamitas que llegaron en botes, a los refugiados cubanos, a los disidentes soviéticos. Lo arriesgaron todo, no para criticar a Estados Unidos, sino para unirse a él.

No debemos permitir que intelectuales malcriados y oportunistas políticos redefinan a Estados Unidos como irredimible. Eso no solo es deshonesto, es peligroso. Si enseñamos a nuestros hijos a odiar los cimientos de su país, no nos sorprendamos cuando derriben todo el edificio, ladrillo a ladrillo.

El 4 de julio no se trata de un pasado impecable, sino de la promesa del futuro. Es un compromiso renovado con los ideales de la libertad ordenada, el gobierno limitado y la dignidad del individuo. No celebramos a los hombres, celebramos los principios.

La libertad no se hereda automáticamente. Debe entenderse, defenderse y transmitirse. Y eso comienza por negarse a permitir que esta festividad se convierta en otra víctima del vandalismo ideológico.

Así que, en este Día de la Independencia, hago una pregunta sencilla: ¿Seguimos siendo un pueblo digno de la libertad? Si la respuesta es sí, entonces actuemos como tal. Conozcamos nuestra historia. Enseñémosla. Defendámosla. Y, sobre todo, vivamos como si la libertad significara algo, porque sin vigilancia, incluso la nación más libre puede olvidar por qué existe.

Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente las de The Epoch Times.


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