Opinión
El título de este artículo corresponde a una realidad evidente: las relaciones bilaterales más importantes del país no son buenas, ni van por buen camino. Unos atribuyen esto a la personalidad del presidente estadounidense Donald Trump, acostumbrado a imponerse mediante negociaciones duras.
Difiero de esta opinión mayoritaria. De hecho considero que este enfoque es una de las causas de que las relaciones entre ambos países se encuentren ahora en un proceso de evidente descomposición.
La causa de que estas relaciones bilaterales tengan puntos oscuros sorpresivos muestra que no hay diplomacia entre ambos países, sino existe una evidente falta de comunicación y la actitud por parte de la presidente Sheinbaum oscila entre la sumisión de facto hasta el discurso más bien demagógico que constituye el sello morenista de la casa.
He señalado en otro artículo que el Tratado de Libre Comercio rompió en relación con Estados Unidos una política exterior defensiva que se basaba en la asimetría y el temor, para sustituirla por una política estratégica al tener México como objetivo participar como aliado comercial en la conformación de un bloque económico en América del Norte.
El balance comercial favorable para México en el intercambio con Estados Unidos ha alimentado la política de aranceles por parte del presidente Donald Trump. Esto determinó en su momento un retorno a la política defensiva por parte del presidente López Obrador que terminó en sumisión como el mismo Trump lo mencionó (“nunca había visto a alguien doblarse tan rápido”).
Esta política defensiva acompañada de sumisión ha sido continuada por la presidente Sheinbaum, cuyas conversaciones personales con el presidente estadounidense le valieron el título de “encantadora” y de paso llevar a cabo una costosa campaña internacional para posicionarla como “la presidente más poderosa del planeta” por haber “controlado” al mandatario disruptivo.
Esto se agotó. Y nunca hubo un intercambio diplomático para demostrar que el desequilibrio en la balanza comercial consigna el volumen de compraventas sin considerar el beneficio estadounidense en la cadena de valor económico por las mercancías e insumos mexicanos.
Lo mismo sucedió con el tema de migrantes cuando el presidente Trump retrocedió respecto a la deportación de sectores de trabajadores mexicanos por su aportación a la economía estadounidense.
Pero esta consideración surgió de la comunicación empresarial estadounidense y no de la comunicación entre ambos países a partir de un intercambio diplomático. México se concretó al discurso demagógico de que “la economía estadounidense la sostienen los migrantes mexicanos”. Esta mentira puede sonar bien para los discursos de plaza, pero no sostiene un argumento ni una negociación específica en la relación bilateral.
El problema en una circunstancia como ésta es lo que se busca: si se trata de obtener resultados favorables para el país o fortalecer la imagen presidencial en la prioridad que le importa de manera sustantiva al gobierno de Morena: la manipulación de la propaganda.
Todo ello inscrito en un retroceso de la política exterior mexicana hacia la política defensiva tradicional, que correspondió a tiempos superados cuando México trató de igual a igual a la potencia más grande del mundo y firmó con ella un tratado comercial que ha sostenido la economía mexicana por más de tres décadas.
Este Tratado es la fuerza del país como se demostró en la política del presidente Enrique Peña respecto a Trump, a quien éste nunca elogió como lo hizo con el presidente López Obrador, pues a él por su parte nunca le importó negociar nada con nuestro vecino del Norte sino más bien tener una amistad personal como la faceta amable de una sumisión de facto.
El problema mexicano actualmente consiste en tener tres debilidades sustantivas: 1º. No se cuenta con una política exterior estratégica para permitir una negociación en la relación bilateral, 2º. La presidente Sheinbaum ha aceptado desechar de facto el tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá, para negociar un acuerdo comercial de menor nivel aceptando así de facto la concepción mercantilista en su favor del presidente Trump, 3º. México es culposo en materia de seguridad para sí mismo y con Estados Unidos. Esto se quiere resolver con algunos golpes publicitarios, con cifras al parecer infladas, pero sin estrategia ni compromiso real que para beneficiar a Estados Unidos debe comenzar a hacerlo con la sociedad mexicana.
En este último punto el gobierno estadounidense mediante el Departamento del Tesoro informó acerca de la investigación por lavado de dinero del narcotráfico emprendida contra dos bancos mexicanos: CI Banco, Intercam y la Casa de Bolsa Vector, propiedad de Alfonso Romo quien fuera Jefe de la Oficina Presidencial con el presidente López Obrador.
La presidente Sheinbaum hizo una acalorada defensa de las tres empresas financieras al decir que “México no es piñata y a nuestro país se le respeta”, cuando se trata de particulares, que según trascendió también han sido investigados por la Unidad de Investigación Financiera (UIF), en particular la empresa de Romo con resultados desfavorables al parecer.
Esto debilita en la relación bilateral a la actual mandataria. Si es cierto que ya hubo una investigación mexicana de este caso donde los estadounidenses han proporcionado datos, ¿por qué no se informa a la opinión pública mexicana? Las acciones y el discurso muestran proteccionismo oficial sobre anomalías y delitos graves.
Una estrategia de seguridad real abarca la lucha para la anulación de las fuerzas armadas criminales rompiendo su columna vertebral, la recuperación del control del Estado mexicano sobre todo el territorio nacional, la liberación de las carreteras, el golpe a los cómplices financieros y políticos de los Cárteles, la cooperación internacional para enfrentar a un enemigo común, el sellamiento de las fronteras norte y sur, la depuración de la Guardia Nacional y el evitar que el Ejército mexicano se distraiga en negocios que lo convierten en Ejército S. A. La presidente deberá escoger el curso de acción de su gobierno y quizás pronto, para escribir su historia, deberá escoger entre México o el pasado presidente López Obrador.
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