La obesidad es una carga para el cuerpo, pero también remodela el cerebro. Si bien sus efectos físicos son bien conocidos, cada vez más investigaciones demuestran que el exceso de grasa corporal altera el cerebro y afecta nuestra forma de pensar, sentir y comprender.
Esta conexión se ve agravada porque los alimentos ricos en calorías y muy sabrosos pueden secuestrar el sistema de recompensa de nuestro cerebro, lo que los hace casi imposibles de resistir.
Un círculo vicioso
La relación entre la obesidad y el cerebro va más allá de los cambios físicos y se alimenta de un bucle continuo que se refuerza a sí mismo, en el que la obesidad se deriva de ciertos comportamientos, al tiempo que los refuerza y perpetúa.Nuestro cerebro está programado para encontrar placer en los alimentos ricos en calorías, un rasgo evolutivo profundamente arraigado que un día nos sirvió de ayuda en épocas de escasez. Sin embargo, en el entorno actual de abundancia alimentaria, este cableado se convierte en un problema.
Los alimentos ricos en azúcar, grasa y sal provocan una fuerte liberación de dopamina en el cerebro, crean una poderosa sensación de placer y refuerzan el deseo de seguir comiéndolos. Los alimentos ultraprocesados están diseñados para sobreestimular esta vía de recompensa, secuestrando eficazmente nuestras señales naturales de saciedad y haciendo más difícil saber cuándo comimos suficiente.
Las investigaciones también sugieren que las personas con obesidad son más propensas a tomar decisiones más arriesgadas en situaciones que implican riesgos calculables, especialmente cuando las posibles desventajas son bajas. Esto podría explicar ciertas elecciones alimentarias, incluso cuando se conocen las consecuencias para la salud.
A este ciclo se suma el marketing implacable de los alimentos poco saludables. La persona promedio está expuesta a alrededor de 2000 anuncios de alimentos al día, según declaró a The Epoch Times el Dr. Eric Akin, un neurocirujano que revirtió su prediabetes. La mayoría de esos anuncios son de alimentos muy calóricos, pobres en nutrientes y cargados de azúcar.
«Te tienen atrapado tanto a nivel subconsciente como metabólico si llevas tiempo comiendo mal. La ventaja está de su parte», afirma Akin.
La obesidad afecta significativamente las funciones ejecutivas, en particular al autocontrol. La reducción de la capacidad para resistir la gratificación inmediata dificulta la elección de alimentos saludables, a pesar de ser conscientes de las consecuencias a largo plazo. Esto se debe en parte a la disfunción de la corteza prefrontal, una región clave del cerebro para el control inhibitorio y la toma de decisiones.
Con el tiempo, comer en exceso puede atenuar la respuesta del cerebro al placer que proporciona la comida, lo que hace más difícil sentirse satisfecho. Un estudio con animales publicado en Nature en 2025 demostró que las dietas ricas en grasas reducen una sustancia química del cerebro relacionada con la recompensa alimentaria llamada neurotensina, lo que puede impulsar a comer más.
El síndrome de deficiencia de recompensa puede crear un ciclo de comer más para sentirse satisfecho. Para alcanzar el mismo nivel de placer, las personas pueden buscar experiencias alimentarias aún más intensas y, a menudo, menos saludables, lo que refuerza aún más los patrones alimentarios y contribuye al aumento de peso continuo.
La inflamación crónica de bajo grado asociada al exceso de grasa corporal también puede llegar a la corteza prefrontal, alterando su función. La inflamación crónica puede dificultar el ejercicio de la fuerza de voluntad sobre las elecciones alimentarias y la resistencia a los antojos. Esto crea un ciclo en el que el deterioro cognitivo conduce a elecciones alimentarias deficientes que agravan aún más el aumento de peso y las consecuencias cognitivas asociadas.
Los desequilibrios hormonales en la obesidad contribuyen aún más a este ciclo. La leptina, una hormona liberada por las células grasas, envía señales al cerebro cuando el cuerpo comió lo suficiente. Pero en las personas con exceso de grasa corporal, el cerebro puede volverse resistente a la leptina, lo que significa que no registra esas señales de saciedad. Esto conduce a una sensación constante de hambre, a la alteración del procesamiento de las recompensas y a una mayor susceptibilidad a comer en exceso.
La resistencia a la insulina, otra consecuencia común del exceso de grasa, provoca fluctuaciones en el azúcar en sangre que pueden desencadenar la sensación de hambre, especialmente por alimentos ricos en carbohidratos y azúcares.
Akin afirma que el sistema de hambre-saciedad del cerebro es complejo y sensible a nuestra dieta. Los picos frecuentes de insulina y las caídas de azúcar en sangre, a menudo debidos a una mala alimentación, pueden sobre estimular el centro del hambre, lo que provoca una sensación frecuente de hambre incluso cuando el cuerpo tiene suficientes calorías.
La grasa corporal altera el cerebro
El exceso de grasa corporal puede remodelar el cerebro de diferentes maneras.Un creciente número de investigaciones indica que el exceso de peso corporal puede afectar la estructura del cerebro. Los estudios demuestran que las personas con sobrepeso y obesidad tienden a tener un volumen cerebral total menor, lo que puede hacer que el cerebro parezca más viejo de lo que realmente es. Un estudio publicado en 2019 en la revista Neurology descubrió que tener más grasa corporal, especialmente en el abdomen, está relacionado con tener menos materia gris en el cerebro, que controla el movimiento, la memoria y las emociones. El estudio también encontró pruebas que relacionan la obesidad con volúmenes más pequeños en áreas específicas del cerebro involucradas en el control del comportamiento y el procesamiento de recompensas, áreas que se cree que están relacionadas con la regulación del apetito. Sin embargo, aún se desconoce qué es lo que viene primero.
Un estudio publicado en marzo en JAMA descubrió que una relación cintura-cadera más pequeña en la mediana edad está relacionada con una estructura y función cerebral más saludable en la vejez, específicamente la memoria de trabajo y la función ejecutiva. La conexión parece explicarse en parte por la salud de la materia blanca del cerebro. La obesidad puede reducir la integridad de la materia blanca, lo que dificulta la comunicación entre las regiones del cerebro. Los hallazgos sugieren que lo que coma y la cantidad de grasa abdominal que tenga entre los 40 y los 60 años puede afectar el centro de la memoria y las capacidades cognitivas generales cuando se llega a los 70.
Las investigaciones también muestran que la reducción del flujo sanguíneo en el cerebro está relacionada con un mayor peso corporal, lo que se asocia a un mayor riesgo de deterioro cognitivo y demencia.
Las consecuencias cognitivas de la obesidad suelen estar relacionadas con el bienestar emocional y mental. Las personas con sobrepeso u obesidad pueden experimentar mayores índices de ansiedad, depresión y baja autoestima. Vivir en tales estados emocionales puede deteriorar aún más las funciones cognitivas, como la atención, la memoria y el control ejecutivo, creando una dinámica compleja entre la salud física, la salud mental y las capacidades cognitivas.
«Las pruebas emergentes apuntan a que la desregulación de la producción de energía cerebral es un mecanismo que contribuye a muchas afecciones psiquiátricas y otras afecciones cerebrales», declaró el Dr. Bret Scher, cardiólogo certificado y experto en salud metabólica, en un correo electrónico enviado a The Epoch Times.
Scher cree que existe una fuerte conexión entre la disfunción metabólica y los trastornos de salud mental, y añade que cada vez hay más pruebas científicas que respaldan esta conexión.
Advirtió que no se debe culpar a las personas por sus problemas de salud.
«No es culpa de nadie. Pero es alentador saber que, al mejorar nuestra salud metabólica, podemos mejorar nuestra salud mental».
La salud mental, añadió, implica una compleja interacción entre la genética, la expresión génica y las influencias ambientales.
Estos efectos relacionados con el cerebro no solo afectan a los adultos, sino que pueden comenzar en la adolescencia y tener consecuencias duraderas.
Riesgos para los niños en crecimiento
La infancia es una etapa crítica para el desarrollo del cerebro, especialmente en las áreas responsables de la función ejecutiva y la memoria. Durante esta etapa, el cerebro experimenta un rápido crecimiento y es muy sensible a las influencias externas. Si bien la plasticidad del cerebro en desarrollo permite el aprendizaje, también aumenta la vulnerabilidad a influencias nocivas, como la inflamación crónica y los desequilibrios metabólicos asociados con la obesidad.Como advierte Scher, esta disfunción metabólica temprana podría afectar al funcionamiento del cerebro durante etapas cruciales del desarrollo, lo que podría dar lugar a problemas de por vida, como un deterioro de la cognición general, disfunciones cerebrales y un mayor riesgo de deterioro cognitivo con la edad.
Las funciones ejecutivas son fundamentales para el rendimiento académico, la autorregulación y la toma de decisiones. Las deficiencias pueden dificultar la capacidad del niño para aprender, controlar sus impulsos, incluida la elección de alimentos, y planificar el futuro.
Algunas investigaciones sugieren que la obesidad temprana y la resistencia a la insulina pueden desencadenar cambios epigenéticos irreversibles, alterando la expresión de los genes y contribuyendo a problemas cognitivos más adelante en la vida. La obesidad infantil también está relacionada con mayores índices de ansiedad, depresión y baja autoestima, lo que puede interferir aún más en el aprendizaje y las habilidades sociales.
«Me temo que una vida de resistencia a la insulina puede predisponer a los niños no solo a síntomas psiquiátricos, sino también a un deterioro cognitivo precoz», afirma Scher. «No tenemos mucha investigación sobre esto en niños, pero, por desgracia, parece que estamos llevando a cabo un experimento real ante nuestros propios ojos».
Aunque todo lo anterior es preocupante, las investigaciones sugieren que los efectos negativos de la obesidad en la salud cerebral de los niños pueden ser reversibles o mejorar con la pérdida de peso y los cambios en el estilo de vida, especialmente porque el cerebro aún se está desarrollando. La intervención temprana y la prevención son fundamentales para proteger el cerebro de los niños.
Romper el ciclo
Comprender los efectos perjudiciales de la obesidad en el cerebro pone de relieve la importancia de tomar medidas proactivas para romper el ciclo en adultos y niños. La conexión multifacética entre la grasa corporal y la función cerebral puede parecer abrumadora, pero la buena noticia es que es posible lograr cambios positivos. Al comprender todos los factores en juego, podemos intervenir de manera estratégica.La evidencia sugiere que perder peso y mantener la pérdida puede iniciar un reinicio del sistema de recompensa del cerebro. A medida que se pierde peso, especialmente mediante métodos graduales y sostenibles, es posible que disminuyan las ganas de comer alimentos poco saludables y muy apetecibles, probablemente debido a una mayor sensibilidad a las señales naturales de saciedad y a una menor respuesta a los picos de dopamina que provocan estos alimentos.
Dar tiempo al cerebro para que se adapte a patrones más saludables mediante cambios graduales es fundamental para el éxito a largo plazo y puede ayudar a fomentar un cambio en las preferencias hacia alimentos más saludables y nutritivos.
Sin embargo, como advierte Scher, «uno de los mayores errores es pensar que perder peso es sinónimo de salud».
Afirma que hay que centrarse en estrategias de pérdida de peso que mejoren al máximo la salud metabólica, sean sostenibles y beneficien directamente el bienestar mental, y destaca el impacto positivo de las intervenciones bajas en carbohidratos y cetogénicas.
Trabajar activamente para reforzar el autocontrol relacionado con la elección de los alimentos puede ayudar a romper el ciclo. La alimentación consciente, que consiste en prestar mucha atención a las señales de hambre y saciedad, puede aumentar la conciencia y reducir la alimentación impulsiva. Evitar los alimentos que provocan una alimentación continua y minimizar la exposición a opciones poco saludables también puede reducir la tentación. Adoptar hábitos más saludables, como la actividad física regular y una dieta equilibrada, también puede mejorar el funcionamiento de la corteza prefrontal, la región del cerebro fundamental para el autocontrol.
«El autocontrol se hace mucho más difícil cuando comemos alimentos que activan los centros de recompensa de nuestro cerebro y no nos proporcionan los nutrientes y la saciedad que necesitamos», afirma Scher.
Las dietas bajas en carbohidratos y cetogénicas demostraron reducir el hambre y los antojos, lo que hace que el autocontrol sea mucho más posible.
La actividad física regular es una herramienta poderosa para romper el círculo vicioso entre la obesidad y la función cerebral. Más allá de sus beneficios directos para el control del peso y la salud metabólica, el ejercicio apoya la función cerebral en general, incluida la regulación del estado de ánimo. Al ayudar a reducir el estrés y la ansiedad, que a menudo pueden desencadenar el deseo de consumir alimentos reconfortantes, y al influir positivamente en el equilibrio hormonal, como la sensibilidad a la insulina, la actividad física contribuye además a reducir los picos de apetito y a regularlo mejor.
Akin afirma que el ejercicio intenso provoca una liberación significativa de interleucina 10, una molécula antiinflamatoria muy beneficiosa para el cerebro que él compara con la «fuente de la juventud». También destaca el ejercicio de resistencia como el más eficaz para mantener la flexibilidad metabólica, especialmente en la vejez.
«El ejercicio es lo mejor que se puede hacer por el cerebro», añade.
Alimentar mejor el cerebro
Llevar una dieta equilibrada es importante para estabilizar los niveles de azúcar en sangre, lo que puede reducir significativamente los antojos intensos que suelen asociarse con los alimentos procesados y azucarados. Los alimentos sin procesar ayudan a sentirse más saciado durante más tiempo y reducen la necesidad de comer en exceso. Las comidas equilibradas y constantes ayudan a estabilizar las hormonas, frenan los antojos y favorecen una relación más saludable con la comida.Scher considera que los cambios en la dieta son el factor más importante para favorecer el bienestar físico, cognitivo y emocional. Sugiere centrarse en los alimentos integrales y eliminar los alimentos ricos en calorías y con alto contenido calórico, que suelen ser los ultraprocesados.
«Quizás el cambio alimentario más impactante es entrar en un estado de cetosis, ya que esto proporciona al cerebro una fuente de energía diferente en forma de cetonas. Esto puede evitar la resistencia a la insulina y permitir que el cerebro vuelva a transformar la energía de forma eficiente», afirma.
Los efectos cognitivos de la obesidad
Si le preocupa cómo el exceso de peso puede estar afectando a su capacidad cognitiva, Akin señala algunos signos específicos a los que hay que prestar atención:«Si tiene dificultades para hacer cálculos matemáticos sencillos de cabeza. Si intenta calcular con precisión una propina del 15 o el 20 por ciento y le cuesta hacerlo y tiene que recurrir al papel y al lápiz para conseguirlo, es una señal de que podría tener un problema».
Los lapsos de memoria ocasionales, como olvidar un nombre o dónde dejó el teléfono, son normales y tienen muchas causas posibles, afirma. Sin embargo, tener dificultades a diario o problemas con cálculos mentales sencillos a los 20 o 30 años podría indicar un problema más grave.
Para complicar aún más la relación entre la obesidad y la salud cerebral, el exceso de grasa corporal no es el único indicador claro de problemas cognitivos. Las personas con un IMC saludable pueden sufrir repercusiones, por lo que es fundamental estar atento a los signos sutiles, que pueden ser un indicio para hacerse un análisis de sangre, independientemente de lo que marque la báscula.
«Es posible que [las consecuencias cognitivas] no estén asociadas al sobrepeso y la obesidad en sí, sino más bien a la disfunción metabólica que las acompaña», afirma Akin.
Si se pregunta si puede recuperar la capacidad cognitiva si pierde peso, Akin se muestra cauteloso y esperanzado.
«Como en todo, siempre hay un punto de no retorno. Pero sin duda existe una capacidad de recuperación. Muchas personas descubren que su función cognitiva mejora considerablemente una vez que finalmente comienzan a cambiar su comportamiento y su selección de alimentos».
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