Soldados del Ejército Mexicano hacen guardia en Culiacán, Sinaloa, México, el 21 de septiembre de 2024. (Ivan Medina/AFP vía Getty Images)

Soldados del Ejército Mexicano hacen guardia en Culiacán, Sinaloa, México, el 21 de septiembre de 2024. (Ivan Medina/AFP vía Getty Images)

La agonía del Estado mexicano – Primera parte

OPINIÓN
Por Gerardo De la Concha
23 de septiembre de 2025, 12:26 a. m.
| Actualizado el23 de septiembre de 2025, 12:28 a. m.

Opinión

México es un águila herida que no logra levantar el vuelo. Nuestra Historia es accidentada, con períodos progresivos y regresivos que nos convierten en un país contradictorio.

Somos ricos pero padecemos miserias africanas y ahora estamos de nuevo sobreendeudados en una cuenta regresiva a la que no se pone atención (un incremento de 6 billones de pesos sólo en el anterior sexenio). Nuestra cultura es compleja, barroca, intensa, donde confluyen distintas épocas, pero ahora nuestra vida pública está ahogada por la vulgaridad, la bajeza y la mentira. Estamos llenos de héroes patrios, aunque quienes representan más verdad son los héroes de la contra historia, de Iturbide a la Cristiada.

Se celebra la Reforma. Sin embargo, esa fundación de una República nos costó una guerra civil causada por la destrucción de las tierras comunales indígenas y el despojo de los monasterios de tres siglos, con el consiguiente saqueo de los mismos.

Algunos de quienes lucharon para conservar esa libertad antigua habían combatido contra la invasión yankee de 1847 -una de las guerras más injustas de la Historia, según el general Ulises Grant-, como los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía, quienes murieron después siendo leales a la causa última que escogieron, escogieron, la del Segundo Imperio.

Por cierto, la viuda de Tomás Mejía, el general otomí, no tenía recursos para enterrarlo y Benito Juárez, quien lo fusiló, ordenó se los dieran cuando se enteró. En esa época, a pesar de todo, no se daban escupitajos desde el poder.

La paz porfirista, con todas sus contradicciones sociales, trajo una era de progreso y paz al país. La dictadura había creado estabilidad con un alto costo político. No obstante esto último, México despuntaba en el siglo XX como un país de realizaciones en un horizonte positivo.

Ante el amago insurreccional de Francisco I. Madero y su reclamo de democracia, Don Porfirio no quiso hundir al país en una nueva guerra civil y partió al exilio. Pero con ello no surgió la democracia, sino primero el golpe de Estado de Victoriano Huerta y luego la lucha violenta de las facciones y el nacimiento de los caudillos en esa etapa del siglo XX.

El periodo de los caudillos marcó una gran parte de la historia mexicana del siglo XX en la época post revolucionaria. Su gran representante fue Plutarco Elías Calles, responsable de la llamada Guerra Cristera, cuando se ahorcaba a campesinos por creer en la Virgen y hombres y mujeres actuaban clandestinamente en las ciudades -de la Capital al Bajío- para mantener su culto católico.

Fue una auténtica persecución religiosa que costó en la guerra provocada más de 350 mil muertos. Los cristeros defendieron la libertad religiosa en uno de los episodios más trágicos de la historia mexicana.

Eran los tiempos ignominiosos cuando se escribió en un muro del Castillo de Chapultepec: "Aquí vive el Presidente, el que manda vive enfrente", haciendo alusión a Calles quien presidía lo que se conoce como el Maximato.

La corrupción política moderna en México nace posteriormente a la lucha armada como compensación de los generales quienes sentían se la habían ganado en el campo de batalla. De los saqueos y exacciones de los tiempos álgidos, para mantener a sus tropas, los revolucionarios veían natural ahora enriquecerse. Una novela de Carlos Fuentes, "La muerte de Artemio Cruz", expone literariamente ese sentimiento.

Vino después el auge de los civiles en el poder manteniendo la hegemonía de un Partido, transformado ya en el Partido Revolucionario Institucional, PRI, que con Miguel Alemán creó la casta política que cimentó el fenómeno esencial de la corrupción mexicana heredado de los generales revolucionarios: el patrimonialismo de Estado. De nuevo una novela relata ese periodo con gran agudeza: Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco.

Pero esta realidad histórica tiene una columna vertebral: el presidencialismo. Con el PRI este presidencialismo creó un equilibrio: acabó con la idea de la continuidad del poder a trasmano que caracterizó al caudillismo. El poder, desde Lázaro Cárdenas que exilió a Plutarco Elías Calles, era auténticamente sexenal.

La hegemonía de este presidencialismo impuesta a los otros poderes (Legislativo y Judicial), no impidió que hubiera una visión de Estado en los subsistemas como el de la salud, la educación, la seguridad, la política exterior y la construcción de infraestructura. Estos subsistemas tuvieron incluso periodos brillantes a pesar de altibajos particulares. Pero nada que ver con el desastre actual que ha creado lo que llamo: la agonía del Estado mexicano.

Después de la crisis financiera con Miguel De la Madrid vino la modernización salinista que integró al país en el proceso globalizador mundial, que se fortaleció con la caída de la Unión Soviética. Un teórico de la época, Francis Fukuyama, llegó a hablar en un exceso hoy olvidado del Fin de la Historia.

El gobierno de Carlos Salinas tuvo claro oscuros. Su máximo logro fue la negociación del Tratado de Libre Comercio que ha sostenido la economía mexicana durante ya tres décadas, incluso a pesar del limitado crecimiento en ese lapso o la falta del mismo bajo los gobiernos morenistas. El superávit comercial con Estados Unidos ha mantenido al país.

Otras aportaciones de ese periodo fueron importantes: la CNDH, el IFE, la autonomía del Banco de México, Solidaridad. Pero algunos sesgos corruptos en las privatizaciones y la tardanza en la conclusión de la compleja negociación del TLC fueron algo negativo, particularmente esto último ante el desequilibrio en la balanza de pagos con Estados Unidos que provocó una devaluación mal manejada por el gobierno de Zedillo, con un injusto provecho de las corredurías bursátiles de Wall Street y un brutal desfalco mexicano.

Se provocó así la salida del poder del PRI y el arribo al mismo por parte del PAN con Vicente Fox cuyo gobierno aportó el Seguro Popular y también el escandaloso enriquecimiento de los hijos de Martha Sahagún.

Pero la corrupción no es solo el robo de recursos públicos por parte de los políticos guiados por el patrimonialismo de Estado, el influyentismo o el nepotismo, sino también la descomposición en el poder de los valores sobre el interés público al poner por encima de éste los intereses personales o de grupo.

Quiero poner un ejemplo de esto. En el gobierno de Vicente Fox se quiso utilizar la negativa a cumplir un amparo por parte del en ese entonces Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador, como una vía para impedir su participación en las futuras elecciones presidenciales.

Esta decisión fue promovida por el secretario de Gobernación, Santiago Creel y su jefa de asesores María Amparo Casar. Cuando se fracasó en esta medida, ambos maniobraron para que el Procurador Rafael Macedo de la Concha (no es mi pariente) pagara la cuenta.

El problema es que una Procuraduría eficaz con el general Macedo -quien preparaba una estrategia de contención hacia un fenómeno nuevo de los grupos criminales: los Cárteles con actividades diversificadas, control político regional y uso de tácticas terroristas-, dejó de serlo al desplazar a su titular y poner al frente a un neófito, lo que descompuso el cuadro y el sexenio foxista terminó con un desastre en materia de seguridad.

Esta herencia negativa fue también mal manejada por el gobierno de Felipe Calderón y por un motivo semejante que en el foxismo, al hacer algo separado del interés general: la decisión de militarizar centralmente la lucha contra los Cárteles no fue tomada estratégicamente, sino se buscaba "legitimar" de manera apresurada a un gobierno acusado injustamente de espurio por parte del obradorismo derrotado electoralmente.

Es ya aceptado históricamente que la decisión de emprender la "guerra del narco" fue tomada en Los Pinos en 2019 sin prever las consecuencias de esto. En un artículo publicado hace quince años en la revista sinaloense Politea y suscrito por Federico Piña Arce y por mí con el título "Los mitos de Villalobos y la realidad del narco en México" se analiza tempranamente esto.

La tesis de este artículo era que la falta de una estrategia consistente y efectiva en el restablecimiento del Estado de derecho iba a provocar un "estado de guerra permanente" con un deterioro de la seguridad, la gobernabilidad y un crecimiento exponencial de víctimas. Queríamos provocar un debate útil ante el artículo "Los doce mitos de la guerra del narco" publicado en Nexos por Joaquín Villalobos, ex comandante del FMLN y contratado en ese entonces por el gobierno calderonista como consultor y publicista. Héctor Aguilar Camín, director de Nexos, se negó a publicar nuestra réplica.

El estado de guerra permanente se convierte en ese Estado natural descrito por Thomas Hobbes en su libro Leviatán el cual es:

"un estado de desconfianza de todos contra todos. La vida es solitaria, pobre, embrutecida y corta. Donde no hay poder común, no hay ley, y donde no hay ley no hay justicia" (continuará).

Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente las opiniones de The Epoch Times


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