Opinión
El Palacio Nacional es un palacio virreinal. Convertido en museo los gobiernos de la República lo usaban para actos oficiales y visitas de Estado; subsistían ahí unas solemnes oficinas de la Secretaría de Hacienda y, por su parte, el despacho presidencial —donde trabajó Benito Juárez— era muy poco usado.
José Vasconcelos mandó hacer en su escalinata central unos murales de Diego Rivera. Es un lugar admirable y era muy visitado antes por los turistas.
Los Pinos, la Residencia Oficial de los presidentes, tenía adaptados salones y oficinas funcionales. El presidente Lázaro Cárdenas creó este espacio porque los presidentes vivían y despachaban en el Castillo de Chapultepec, que consideró debía ser resguardado como un sitio histórico. A Palacio Nacional lo sintió un espacio muy lujoso para habitarlo, además dijo: "No quiero vivir en un museo".
El presidente Andrés Manuel López Obrador decidió lo contrario. Declaró que ese lugar le permitía hablar con el espíritu de Benito Juárez. Se ignora si lo decía metafóricamente o de otro modo, pues practicó públicamente ceremonias con chamanes.
En un librito que acaba de publicar, la presidente Claudia Sheinbaum comenta que dudó de vivir en el Palacio Nacional, pero López Obrador la convenció de hacerlo. Le dijo que vivir ahí la conectaba con el pueblo. No dice si también se lo sugirió para que pudiera platicar con Benito Juárez, cuya recámara en la que murió se conserva en el Palacio.
De una manera sorpresiva emerge una convocatoria de una llamada Generación Zeta. El oficialismo comienza a hostigar este llamado, que tiene como referencia Nepal donde una movilización de jóvenes terminó con una violenta caída del gobierno de filiación maoísta.
A esta convocatoria se suma primero un grupo de mujeres quienes promueven acompañar a los jóvenes para resguardarlos. Y de pronto se extiende en las redes que la manifestación debe ser general, jóvenes, mujeres, hombres, viejos, aunque nunca pierde su carácter original: la Generación Zeta va a marchar y se reivindica la figura de Carlos Manzo, el alcalde de Uruapan cuyo asesinato ha conmocionado al país.
A mi parecer el gobierno de Claudia Sheinbaum cometió dos errores ante esta manifestación: 1. Mostró un gran miedo y rodeó Palacio Nacional de planchas metálicas para "protegerlo", lo hizo en la avenida Madero, rodeó monumentos, puso obstáculos de concreto, 2. Ella denostó la marcha en la CDMX y en las 55 plazas en que fue convocada, la atribuyó a los opositores, al fantasma del PRIAN y en consonancia los medios oficiales y bots de redes sociales que maneja el asesor presidencial Jesús Ramírez Cuevas hicieron lo mismo. Luego dijo que era promovida por "la derecha internacional", pero como esto tuvo poco eco regresó al tema del PRIAN.
El sábado 15 de noviembre me dirigí a la marcha que iniciaría a las 11 a. m. Fui en Metro, pero éste se estuvo entreteniendo en varias estaciones. Por fin, una hora tarde pude llegar a Reforma por la calle de Sevilla. Me incorporé a un nutrido contingente cuya consigna era muy simple: ¡¡¡Fuera Morena!!!
Sin embargo, el ambiente era más como una romería. Los vendedores ambulantes estaban haciendo su agosto vendiendo sombreros y banderas mexicanas y piratas. También paletas para el calor de mediodía.
A la altura de la avenida Insurgentes y Reforma, me detuve a contemplar el paso de la gente. Cinco bomberos estaban uniformados y en fila. Compré unas botellas de agua, se las repartí y me puse a platicar con su capitán: "¿Cómo cuánta gente calculan?". Me respondió: "No sabemos, pero son muchos, están desfilando desde las 10:30". Y le inquirí: "¿Y usted cree que hacen bien?" El capitán me miró muy serio y fijamente, luego me respondió: "La verdad hay mucha inseguridad y el gobierno no hace nada".
Me despedí de estos hombres y me incorporé a la marcha con gente que iba gritando vivas a Carlos Manzo y el estribillo: "Manzo no murió, el gobierno lo mató".
Había familias con niños recibiendo su lección cívica. O mujeres empujando una carreola o llevando perros que me parecieron unos manifestantes muy simpáticos. Lo comento porque me hizo sentir que la campaña de que ésta se trataba de una manifestación violenta no parecía haber hecho mella.
Al llegar a la Alameda un grupo de muchachos con tamborcillos coreaban consignas contra Claudia Sheinbaum, al pasar la gente les aplaudía y se sumaba a gritar contra la presidente.
A la altura de la avenida de Lázaro Cárdenas se acentuaba el ambiente de romería. Mucha gente iba de regreso. Madero estaba clausurada con planchas metálicas así que para ir al Zócalo se debía caminar por Allende. La bienvenida era una gran pinta sobre un muro que decía "Narco Estado".
Estuve tomando fotos con mi teléfono. Sentí una gran diferencia con las marchas de la "marea rosa", nutridas sobre todo por la clase media, esta vez la sentí una manifestación más heterogénea, ciertamente mucha gente de clase media, pero también mucha de clase popular y, asimismo, jóvenes, mujeres y hombres, entusiastas y enojados, serenos y vibrantes. También más color, retraté anarquistas con banderas negras y también personas del pueblo con estandartes de la Virgen de Guadalupe. Todos contra el "Narco Estado".
Y llegué al Zócalo, viví momentos que pienso son propios del surrealismo mexicano. En la orilla mucha gente, algunos comiendo elotes con mayonesa mientras al fondo se escuchaba el sonido de las bombas lacrimógenas. Pero todos estaban tranquilos, los vendedores seguían ofreciendo sus banderas.
Me fui con la multitud en la plancha del Zócalo. Unos campesinos sostenían hieráticos una gran manta con la frase: "Si el pueblo sufre, es hora de que el gobierno padezca, Emiliano Zapata". De pronto el Zócalo estaba repleto, en momentos había menos gente. Pero se seguía escuchando el sonido de las bombas lacrimógenas y se alzaban las nubes de humo.
De pronto un hombre con megáfono se dirigió a la multitud del costado derecho. Como ya no escucho muy bien pedí me dijeran sus palabras:
"Ya estamos por quitar su muralla, pero necesitamos apoyo, si los policías ven que mucha gente participa se van a rendir, no queremos pelear con ellos, los policías también son pueblo".
Entonces se organizó una columna y marchó hacia el frente. Como quería seguir viendo los hechos para mi crónica me uní. Unos muchachos me dijeron: "Usted no don, no vaya a ser la de malas". De pronto como si fuera una marea, la multitud empezó a empujar, se escuchaban gritos y el sonido de las bombas lacrimógenas, el humo dulzón hacía casi irrespirable el ambiente.
"¡El Palacio es del pueblo!". Escuché ese grito cuando me empecé a sentir mal por el humo. Del lado de la valla de Catedral lanzaron bombas lacrimógenas. Esto es importante señalarlo porque fue un ataque directo a los manifestantes, no a los de la "batalla".
Entonces me caí. En una ráfaga de pensamiento brotó en mí la idea de que me podía dar un ataque al corazón. Dos muchachas me ayudaron a levantarme. Me tomaron de los brazos y nos encaminamos a la calle de Allende, me detuve y miré al fondo la dispersión de humo amarillo. Luego seguí con mi par de "salvadoras".
Nos encontramos con un grupo compacto, unas docenas de muchachos se dirigían al Zócalo. Los miré alegres. En un restaurante con mesas en la calle la gente comía muy quitada de la pena. Con banderas a un lado, se veía que eran manifestantes. Lo dicho, el surrealismo mexicano.
Les dije a ese par de ángeles que ya me sentía mejor, lo que no era muy exacto. Las muchachas me hicieron jurar que ya estaba bien. Y se regresaron presurosas al Zócalo.
Emprendí el camino de regreso a casa. Y al llegar, habiendo cargado mi teléfono, me enteré de las últimas noticias de esta crónica: finalmente derrumbaron las vallas, un grupo de policías se rindió, la gente les pidió que se unieran contra el gobierno. Se reportan 120 heridos entre manifestantes y policías y cuarenta detenidos. En las redes los bots y empleados del gobierno morenista exigen 40 años de cárcel para los "vándalos detenidos" porque según ellos se les debe acusar por "intento de homicidio".
Recuerdo que el muchacho del megáfono le dijo "muralla" a la cerca con vallas metálicas del Palacio de Claudia Sheinbaum. En efecto, ella está dentro de un palacio amurallado, es el palacio del poder, de la soberbia, de la propaganda, de la demagogia y del encono.
Los bots del gobierno propagan el odio entre mexicanos, la exaltación enfermiza de López Obrador y de Claudia Sheinbaum, la mentira sistemática como método de gobierno. Ella decidió gobernar únicamente para su base electoral y los demás mexicanos solo merecen su indiferencia o su desprecio.
Pero en su palacio amurallado dice absurdos como que es ilegal enfrentar a los Cárteles asesinos, extorsionadores, que dominan de manera sanguinaria y opresiva en territorios de nuestro país.
Encerrada en el narcisismo de un presidencialismo obsoleto y faccioso, que no se basa en la unidad nacional para asumir los desafíos de México, sino en fomentar odio y servilismo, Claudia Sheinbaum preside lo que el día de hoy los manifestantes, claros de los vínculos morenistas con los criminales, llamaron "Narco Estado" y que en el mundo se le reconoce ya como Estado fallido. Sin duda alguna, el Palacio amurallado es el símbolo de una transformación fracasada.















