Opinión
Como oficial de inteligencia naval de carrera, pasé años observando el ascenso marítimo de China. Informe tras informe se advertía de las intenciones cada vez más agresivas de China en materia de poderío marítimo y, sin embargo, todo ese análisis tuvo un impacto insignificante en la postura naval de Estados Unidos. Ahora, observando desde fuera, sigo alarmado por la creciente brecha entre las capacidades navales y de construcción naval de Estados Unidos y la República Popular China. Lo que antes era una acumulación lenta y metódica por parte de la Armada del Ejército Popular de Liberación de China (PLAN) se ha acelerado hasta convertirse en una amenaza estratégica en rápido crecimiento para la supremacía marítima de Estados Unidos, tanto en el ámbito comercial como en el militar. Sin exagerar, Estados Unidos se enfrenta a una crisis de seguridad nacional urgente.
Mientras Estados Unidos se dormía en los laureles de su pasado dominio naval, China ha ejecutado sistemáticamente una estrategia marítima integral y dirigida por el Estado que ahora está redefiniendo el equilibrio global del poder naval. Si Estados Unidos no responde con urgencia y en la medida necesaria, corremos el riesgo de ceder el control de los mares y, con ello, la influencia geopolítica que se deriva del poder marítimo.
Los datos son abrumadores. Según el Informe al Congreso sobre la modernización naval china de abril de 2025, la Armada china cuenta actualmente con más de 370 buques de combate, una cifra que se prevé que aumente a 435 en 2030. Mientras tanto, la Armada de los Estados Unidos lucha por mantener alrededor de 290 buques, con la ambición, aún sin financiación, de alcanzar los 316 en 2053. Igualmente alarmante es que los astilleros chinos poseen más de 230 veces la capacidad de construcción naval de Estados Unidos. Según un informe reciente del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), China "construyó más buques comerciales por tonelaje en 2024 que toda la industria naval estadounidense desde el final de la Segunda Guerra Mundial". Quizás quiera leer esa frase otra vez.
Pero la disparidad no se limita al tonelaje o al número de cascos. La industria naval china, respaldada por el Estado, cuenta con más de 150 astilleros, entre los que se incluyen ocho grandes centros de producción naval capaces de construir simultáneamente grandes buques de guerra, portaaviones y buques de asalto anfibio. En marcado contraste, la Armada de los Estados Unidos depende de solo siete astilleros privados, varios de los cuales están sobrecargados, obsoletos y sufren escasez de mano de obra. Además, el Informe del Congreso sobre la estructura de las fuerzas navales de Estados Unidos indicaba que casi todos los grandes programas de construcción naval de Estados Unidos están retrasados y se han excedido del presupuesto.
Mientras tanto, las ambiciones marítimas de China se han expandido más allá del Indo-Pacífico. Tal y como se documenta en las Actas del Instituto Naval de Estados Unidos de diciembre de 2024, el alcance marítimo global de China se extiende ahora 10,000 millas más allá de Taiwán, incluyendo bases navales permanentes en Yibuti y una influencia cada vez mayor en puertos de Pakistán, Camboya y Guinea Ecuatorial. La base de esta expansión es la flota mercante china, la mayor del mundo, que puede convertirse rápidamente en militar en caso de guerra real. Una vez más, en contraste, la flota mercante estadounidense se ha reducido a menos de 180 buques de comercio internacional, lo que limita gravemente la capacidad de transporte marítimo en una zona disputada.
En conjunto, esto dibuja un panorama de equilibrio marítimo que se inclina rápida y peligrosamente hacia Beijing. Iniciativas como el decreto ejecutivo del presidente Trump sobre el restablecimiento de la supremacía marítima y la reintroducción de la Ley SHIPS indican un creciente reconocimiento del problema, pero son insuficientes tanto en escala como en urgencia. La reconstrucción de una fuerza naval competitiva no puede hacerse de forma gradual ni con medidas burocráticas a medias.
Estados Unidos debe promulgar un Plan Marshall moderno para la construcción naval, basado en el entendimiento de que la supremacía marítima es la columna vertebral del poder global estadounidense. El plan debe ser audaz, multifacético y sostenido. Destacan cinco prioridades fundamentales:
1. Inversión industrial masiva: Tal y como se propone en la Ley SHIPS, el Congreso debe asignar entre 20,000 y 30,000 millones de dólares durante la próxima década para modernizar y ampliar los astilleros estadounidenses, revitalizando los diques secos, aumentando la capacidad y restaurando las redes de proveedores por niveles. La diversificación geográfica de los astilleros también es fundamental para garantizar la resiliencia en caso de conflicto.
2. Desarrollo de la mano de obra: Estados Unidos se enfrenta a una escasez masiva de mano de obra cualificada en la construcción naval. El Gobierno debería poner en marcha una Iniciativa Marítima unificada para la Mano de Obra, en colaboración con escuelas profesionales, sindicatos y centros de formación profesional, con el fin de formar a decenas de miles de soldadores, electricistas, ingenieros y arquitectos navales.
3. Reforma de la contratación pública: El sistema de adquisiciones de la Armada debe reformarse radicalmente, repito, radicalmente. El complejo e ineficiente sistema de contratos a precio fijo ha hecho que la construcción naval estadounidense sea dolorosamente lenta y cara. La Armada debería adoptar diseños más sencillos y modulares que aceleren la producción, reduzcan los costos y hagan que la flota sea más adaptable.
4. Construcción naval de doble uso: Estados Unidos debería incentivar la construcción de buques comerciales —petroleros y portacontenedores— en astilleros nacionales. Esto impulsaría la producción de los astilleros, mantendría una mano de obra estable y proporcionaría una flota auxiliar en tiempos de guerra.
5. Mensajes estratégicos y aceptación pública: La seguridad marítima es fundamental para la prosperidad y la defensa nacional. Una campaña pública, similar al programa "Victory Ship2 de la Segunda Guerra Mundial, podría convertir la construcción naval en una empresa patriótica y revitalizar el apoyo público al dominio marítimo.
No se trata de una exageración; la situación es grave. Los líderes navales estadounidenses han reconocido en privado el "peor escenario posible" en el que la Armada podría no ser capaz de enfrentar con fiabilidad la agresión china en el Pacífico occidental en los próximos cinco años. Si Estados Unidos no actúa ahora, o no lo hace con valentía, no solo perderemos nuestra ventaja naval, sino que también perderemos nuestra capacidad para configurar el orden internacional.
Los océanos siempre han sido la fuente vital del poder estadounidense. En el siglo XX, nuestra construcción naval pudo ayudar a ganar guerras mundiales y disuadir la agresión soviética. En el siglo XXI, determinará si seguimos en el campo de batalla como superpotencia o si, como yo, nos retiramos a un segundo plano como observadores, en una era definida por el dominio marítimo chino. El tiempo de las soluciones graduales ha terminado. El reloj no se detiene, y solo una respuesta nacional con la participación de todos será suficiente.
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de The Epoch Times.
Únase a nuestro canal de Telegram para recibir las últimas noticias al instante haciendo click aquí