Opinión
José Antonio Kast, un candidato abiertamente de extrema derecha, vence en Chile a una candidata, Jeannette Jara, quien de manera abierta también se reivindica como comunista, un radicalismo ideológico sin duda.
Sin embargo, a pesar de que ambos candidatos representan una polarización ideológica muy clara, no fue la confrontación de ideologías lo decisivo en esta contienda electoral, sino la definición de sus propuestas.
En el caso de la candidata comunista su postura representaba principalmente una continuación del gobierno de Gabriel Boric, a pesar de sus intentos de matizarla, lo cual se convirtió en un elemento negativo que pesó en su contra en esta elección.
Por su parte, el opositor derechista evitó el discurso ideológico y centró su campaña en dos propuestas que calaron ampliamente en el electorado: enfrentar y acabar con la inseguridad y frenar la emigración ilegal que ha tenido un sensible crecimiento en los últimos años, una emigración donde ha destacado últimamente la presencia del Tren de Aragua, los peligrosos delincuentes venezolanos convertidos en un producto de exportación del régimen de Nicolás Maduro.
El gobierno de Boric terminó rebasado por la delincuencia y quedó identificado con la permisiva política de fronteras abiertas que promueve la organización Open Society de George Soros.
El 58 por ciento de los votos sostuvieron la victoria del candidato señalado de ultraderechista, mientras que la candidata cuya definición puede considerarse de ultraizquierda con un 41 por ciento, muy lejano del triunfador.
En el trasfondo se vislumbra la ineptitud económica del gobierno de Boric, así como el costo de no contar con cuadros técnicos capaces de dar eficiencia a la función de gobierno.
El triunfo de José Antonio Kast se inscribe en una oleada de derecha que comienza a cubrir el continente americano y se convierte en un fenómeno que avanza al unísono de esta realidad extendida ya en Europa, que va de Meloni en Italia a Orban en Hungría.
José Antonio Kast sostiene abiertamente su simpatía e identificación con Vox, el partido español que representa a la derecha española emergente, cuyo avance en la Península es ostensible.
Vox de manera abierta se inscribe en la corriente de un Nuevo Orden Mundial que entierra la tendencia woke de los antivalores llamados progresistas de la izquierda moderna y su ineficiencia en los terrenos de la economía, la seguridad y el descontrol migratorio.
En Sudamérica quedan aislados Brasil y Colombia mientras el resto de países como Chile, Argentina, Paraguay, Uruguay, Ecuador y Bolivia se adhieren a fórmulas de gobierno abiertamente derechistas.
Y lo mismo está sucediendo en Centroamérica, con Honduras por ejemplo. O en Guatemala, donde la seguridad, la defensa territorial contra los Cárteles mexicanos y la lucha contra la corrupción definen la postura derechista del presidente Arévalo, quien a partir de estos cimientos consolida su poder.
Debe señalarse que los regímenes izquierdistas en el Continente se han convertido en los mejores propagandistas contra esta corriente, desde la vieja tiranía comunista en Cuba —que gobierna un país en ruinas— hasta Venezuela, un narco-Estado opresor con Nicolás Maduro, generador de 9 millones de exiliados venezolanos que incluyen su promoción como gobierno para que los delincuentes del Tren de Arauta manchen ese exilio en complicidad con el llamado Cártel de los Soles.
Por su parte la izquierda latinoamericana ha adquirido un nuevo símbolo con la grotesca dictadura anticatólica asentada en Nicaragua, cuya síntesis política es brujería, una salvaje represión y la traición a los ideales sandinistas tal cual lo han definido importantes intelectuales del sandinismo como los escritores exiliados Sergio Ramírez y Gioconda Belli.
En contraposición, la derecha en el Continente americano tiene como referente a El Salvador de Bukele, quien limpió y curó a su país del sanguinario dominio de las pandillas maras.
La dura política de Bukele contra los criminales ha devuelto la tranquilidad y la paz a la población salvadoreña, al grado que Bukele sostiene que El Salvador va a ser reconocido como la Suiza de América; el espectacular desplome de la inseguridad y los índices criminales parecieran avalar su afirmación.
El horizonte de un Nuevo Orden Mundial ha sido abierto por Donald Trump, siendo ahora una parte sustancial de la política exterior de Estados Unidos, diferenciada de la surgida en la posguerra por ser en contraste pacifista de manera fundamental.
Trump impulsa valores occidentales conservadores y, al mismo tiempo, trasciende instituciones sostenidas por Estados Unidos tales como la OTAN, remanentes de la guerra fría.
El rechazo a la ideología woke, misma que incluye la propuesta de fronteras abiertas —una política fuertemente rechazada por Trump— en el caso de Europa incluye por ejemplo la presión al gobierno de Zelenski en Ucrania para su deslinde respecto a la OTAN, como una concesión para contribuir a poner fin a la invasión rusa.
La política de Trump sobre la creación de un Nuevo Orden Mundial se sustenta en el Continente Americano en la antigua Doctrina Monroe: "América para los americanos" que se convirtió en el eje de la política estadounidense a nivel regional.
La Doctrina Monroe como sustento de la hegemonía de Estados Unidos en el Continente no fue aceptada por el viejo régimen mexicano desde la facción conservadora, el porfirismo y el viejo PRI.
Estados Unidos quiso crear un esquema distinto con la Alianza para el Progreso de John F. Kennedy, un proyecto efímero por el asesinato de este presidente.
La Doctrina Monroe reformulada por Donald Trump se orienta a evitar el control económico de la presencia china en perjuicio de las economías locales y de Estados Unidos.
La posición de México es extraña, pues aunque el nuevo régimen morenista se identifica ideológicamente con la izquierda y con su proyecto de control del Estado bajo la guía de los preceptos del Foro de San Paolo, en relación con Donald Trump se trata de asumir una política de concesiones y de deslinde de China a quien se le receta aranceles para evitar el dumping de sus exportaciones a nuestro territorio.
Cuando a la presidente Claudia Sheinbaum se le cuestionó sobre el triunfo de José Antonio Kast su respuesta fue defensiva, diciendo que algo así —el triunfo de la derecha— no sería posible en México.
Sin embargo, como se trata de una oleada mundial la posibilidad no está excluida si suceden dos factores: 1. Que los errores, los abusos y el deterioro provocado por el sobre endeudamiento se sume a: 2. Un cambio estratégico del Partido conservador en México, el PAN —que ya proclama abiertamente principios tradicionales como Patria, Familia y Libertad y se asume como "derecha social"— que le permita conectar realmente con el creciente descontento de la población.
Si esto sucede, quizás se podrá decir que la presidente Sheinbaum se equivocó en su valoración, cuando José Antonio Kast triunfó en el Chile de Allende y de Boric.
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de The Epoch Times.
















