Opinión
"El mal uso del lenguaje produce daño en el alma" decía Sócrates. Por eso para Platón el lenguaje era un valor del espíritu y, por tanto, era un valor esencial en la vida de la República.
En México el lenguaje en la vida pública ha sido degradado ahora desde el poder presidencial. Pocos se percatan del daño inmenso que esto ha producido en la vida de nuestra República.
Al ser México un régimen presidencialista, la palabra presidencial es central en la vida colectiva. Voy a poner un ejemplo de su poder y trascendencia.
Cuando llegó al poder el presidente Carlos Salinas de Gortari, tomó medidas para revertir el cuestionamiento que la oposición le hacía a la legitimidad de su triunfo.
Primero metió a la cárcel a Joaquín Hernández Galicia, alias la Quina, el corrupto líder petrolero que era su enemigo. Siguió el consejo de Maquiavelo al Príncipe sobre lo que debe hacerse al conquistar una ciudad.
Luego echó a andar un programa social de gran envergadura: "Solidaridad", dando capacidad de decisión a comunidades marginadas.
Y finalmente escogió un tema central en su discurso político. Después de la caída económica durante el sexenio de Miguel de la Madrid dos elementos eran centrales: la inflación y la deuda externa.
Para abatir la inflación quitó ceros al valor de la moneda incrementando al mismo tiempo la producción con el crédito social y comenzó las negociaciones del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, en la perspectiva de fortalecer una economía exportadora aprovechando el mercado estadounidense.
Y para influir en la conversación pública volvió central en el discurso presidencial el tema de la deuda pública. Era tal el peso que había adquirido socialmente después del desastre económico financiero del gobierno delamadrista, que la gente se saludaba diciendo: "¿Qué tal te va de deuda?", todo mundo estaba endeudado de alguna forma o su capacidad de consumo había disminuido.
Entonces el presidente Salinas lo convirtió en la temática central de su discurso. Iba con empresarios y hablaba de la carga enorme que representaba la deuda externa. Iba con voceadores o campesinos y lo mismo.
El mensaje presidencial salinista era semejante en todo momento: se debía hacer algo para enfrentar el principal problema del país que era una deuda externa agobiante y que asfixiaba a nuestra economía.
Y después de un año de contribuir a exasperar a la población con el tema de la deuda, su gobierno logra en las negociaciones con el Club de París sobre la deuda multilateral de México una quita de cuatro por ciento.
Entonces Salinas de Gortari convoca a una reunión con empresarios, grandes sindicatos, organizaciones campesinas e intelectuales y anuncia el logro histórico de la negociación sobre la deuda, al final todos cantan el Himno Nacional, los medios de comunicación informan de este triunfo de la República y punto final.
El presidente Salinas dejó de hablar de la deuda externa y la sociedad también. Es como si hubiera desaparecido. Eso influyó además en el control de la inflación.
En aquel entonces con un grupo universitario le dimos seguimiento al tema por razones académicas y tuvimos el refuerzo de encuestas, que se estaban inaugurando en México para nutrir la información política.
A mitad de sexenio el PRI arrasó en las elecciones intermedias al grado que se hablaba de dar respiración boca a boca a la oposición para que no muriera. Yo estaba en Venezuela en ese tiempo y la gente que conocía y sabían era mexicano me decía que el gobierno de Salinas era extraordinario.
Después, con el presidente Ernesto Zedillo vendría el "error de diciembre", la crisis financiera y económica cuyo desastre se conoció internacionalmente como "Efecto Tequila" y se atribuyó a Salinas, provocando una severa caída de su imagen de la cual no logró ya levantarse.
Me di cuenta de la influencia enorme que tiene la palabra presidencial en un régimen presidencialista como el mexicano, que tuve oportunidad de analizar.
En Estados Unidos los padres de su democracia establecieron contra pesos y les preocupaba que la palabra presidencial pudiera ser demagógica y establecer una tiranía. A Thomas Jefferson le impresionó la fuerza del discurso jacobino en la boca de Robespierre. Y transmitió ese temor a su regreso de París.
En México nunca existió ese temor. Por eso el filo cortante de la palabra presidencial en nuestro país no es la tiranía en la que ciertamente puede caer el poder político, sino su degradación.
La demagogia aquí es complacer a la masa lumpen, lumpenizar la vida pública y corromper como lumpen al poder político y, por tanto, su discurso. La tiranía de lo lumpen.
Es lo que vivimos ahora con el obradorismo en el poder. ¿Pero cuál es su precedente inmediato, o surgió por sí mismo y es un fenómeno único?
Si bien el discurso presidencial se imponía como voz imperante en el viejo régimen priista, su apertura no se dio como una racionalización democrática, sino como una degradación populachera y al mismo tiempo "políticamente correcta" con Vicente Fox.
Nuestro paso a una democracia competitiva dejando atrás al partido único de Estado –restauración que ahora vivimos con Morena–, fue acompañada de la primera lumpenización del discurso presidencial mexicano.
Los asesores de Vicente Fox, como presidente, le escribían discursos políticamente correctos, con el uso absurdo de las/los y ese tipo de tonterías del "lenguaje inclusivo", una de las plagas modernas woke que ha contagiado a la mayor parte de los políticos y politicastros mexicanos; el verdadero respeto a las mujeres camina por otro lado, especialmente en la lucha para apoyarlas en los aspectos que son vulnerables.
Pero al mismo tiempo, Fox tenía desagradables expresiones "rancheras" del tipo de: "lavadoras de dos patas" para referirse a las mujeres. Fox es así el precursor de López Obrador en el proceso de degradación del lenguaje presidencial: del "rancherismo" a la lumpenización actual.
Con Felipe Calderón se suprimió el debate político y público sobre la llamada guerra del narco. Los intelectuales mexicanos en general se volvieron cómplices del régimen al ser complacientes. La falta de debate público o el espacio limitado que tuvo, impidió que el gobierno evitara los graves errores que originaron en gran parte la debacle en seguridad que el presidente Andrés Manuel López Obrador llevó al extremo.
El presidente Enrique Peña restauró la seriedad del discurso presidencial, aunque mal asesorado por su jefe de Oficina, Aurelio Nuño, los temas de los normalistas de Ayotzinapa en Iguala y la Casa Blanca, hicieron caer su imagen. Después se estabilizó con mejor asesoría de su Oficina Presidencial al separar a Nuño de la misma, pero ya no pudo recuperar lo perdido.
Un hecho inédito en un discurso presidencial pasó desapercibido: una vez, en un acto público, Peña pidió perdón por la Casa Blanca. Reconoció públicamente un error y es el único presidente mexicano cuyo gobierno ha castigado al mismo tiempo a un grupo de correligionarios de alto nivel: ocho ex gobernadores priistas a la a cárcel. Pero el tema no le es reconocido a este expresidente que vive prácticamente en el exilio en España.
Y vino entonces la presidencia de Andrés Manuel López Obrador. Ya se tenía el antecedente de su beligerancia verbal desde el poder. Cuando era Jefe de Gobierno ya había mostrado ser nada tolerante ni asumir capacidad de diálogo, demostrado cuando a la gran protesta contra la inseguridad de la ciudadanía capitalina –la marcha del millón–, la descalificó por ser de "fifís".
Su arribo al poder logró conjuntar su estilo personal agresivo, con dos factores determinantes: la propaganda de izquierda y el resentimiento social. El discurso presidencial obradorista basado en insultos, burlón, reduccionista, primitivo, ha compuesto un discurso presidencial lumpen bastante efectivo a costa de degradar el lenguaje público y suprimir el debate político ante una oposición incapaz de autocrítica y con casi nula capacidad de comunicación.
La propaganda de izquierda es orweliana: se trata de descomponer el lenguaje y reinventarlo, no para comunicar sino para dominar, no para modificar la realidad sino para imponer la mentira como una nueva realidad, para crear un modelo de sociedad donde la idea misma de la libertad se suprime con la adhesión sumisa de las masas, a quienes se les enseña a amar su opresión porque se le llama reivindicación.
Esta propaganda de izquierda donde todo está al revés, se unió al viejo priismo de López Obrador y a su capacidad de insultar a sus adversarios, lo que ha tenido como resultado la completa degradación del lenguaje público gracias a las conferencias cotidianas llamadas mañaneras que ahora continúa Claudia Sheinbaum.
Y ante la corrupción compartida de la llamada oposición, se ha suprimido también el debate político y con ello el debate público, que para terminar de degradarlo tiene a las redes sociales como el escaparate de la "legión de idiotas", de que hablara Umberto Eco, a quienes junto con sus bots dictan línea los propagandistas del gobierno, como el jefe de la oficina de propaganda presidencial, Jesús Ramírez Cuevas o el eficaz publicista Epigmenio Ibarra.
Si entendemos lo que difunde Platón del pensamiento socrático, entonces México tiene perdida su alma al permitir la degradación del lenguaje público con su completa lumpenización y al vivir una falsa democracia siendo inexistente el debate político. Restaurar el lenguaje y el debate contribuirá, si alguna vez se logra, a restaurar a nuestra República.
Las opiniones expresadas en este artículo son opiniones del autor y no reflejan necesariamente las opiniones de The Epoch Times.
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