Opinión
El Día del Padre. Solía ser una excusa para disfrutar de una buena comida, una breve conversación y, a veces, unas vacaciones de última hora. Mi padre siempre estuvo ahí para mí, con palabras, con acciones y, lo más importante, con su presencia. No era solo mi padre, era mi ancla.
Y ahora, este es el segundo año que estoy aquí y él no está. Pero no es solo que no esté aquí. Fue secuestrado. Y asesinado.
Mi padre, Eitan, tenía 53 años. Le encantaba llevarme a restaurantes de carne y pasar todos los sábados en los parques para perros con sus dos perros, Casey y Bell. Todos los que conocían a mi padre habrían hablado de su enorme corazón y su bondad. Deja atrás una gran familia extensa. Años antes, había sufrido un accidente de carro que lo dejó discapacitado y sin poder trabajar durante mucho tiempo. Poco antes del 7 de octubre de 2023, mi padre había vuelto por fin a trabajar como taxista.
Esa mañana del sábado 7 de octubre, mi padre se fue a trabajar en su taxi. Llevaba a un pasajero al festival Nova. Esa misma mañana, toda una nación temblaba por los horrores de la masacre. Y mi padre simplemente desapareció.
Durante 40 días, estuvo en la lista de personas desaparecidas. Vivíamos entre la esperanza y la desesperación, entre los rumores y el silencio. Intentábamos creer que tal vez estaba cautivo, que tal vez lo liberarían. No teníamos ni idea de dónde estaba, si estaba vivo o herido, si seguía vivo.
Entonces, un día, encontré un vídeo en Telegram. Había estado viendo decenas de vídeos horribles, tratando de encontrar algo, una pista, un detalle, una sombra. Y en ese vídeo vi a mi padre. Estaba tirado en la carretera, herido, rodeado de terroristas sedientos de sangre. Mi mundo se detuvo.
Unos días más tarde, llamaron a la puerta. Entraron diez personas. Confirmaron lo que ya sabía en mi corazón. Dijeron las palabras: "Tu padre fue asesinado". Y el vídeo era la prueba.
Desde ese momento, llevo conmigo la verdad más dura de todas: mi padre no volverá. Nunca volveré a ver su sonrisa. Nunca volveré a oír su risa. Nunca volveré a mirar sus ojos verdes.
Ahora solo puedo pedir que me lo devuelvan. No vivo, pero sí a casa, para poder enterrarlo con dignidad. Para poder despedirnos como es debido.
Tengo 24 años y mi corazón está lleno de recuerdos de mi padre: las vacaciones juntos, el olor del mar, las conversaciones nocturnas en el carro, las risas que solo eran nuestras y las innumerables comidas de carne: los asados, los restaurantes, el ahumadero que construimos juntos. Este amor por la comida nos convirtió en algo más que padre e hijo. Éramos amigos. Éramos compañeros.
Me despierto cada mañana con un vacío en el corazón. Un dolor que no se puede explicar. Saber que él está allí, en Gaza, a menos de una hora en carro de mí, pero que no puedo traerlo de vuelta, es un dolor infinito. Aquí no hay cierre. No hay justicia. Solo hay una herida que no se cura.
En este Día del Padre, no pido clemencia. Exijo justicia. Pido que me devuelvan a mi padre, para poder llevarlo a casa y darle el último homenaje que se merece. Enterrarlo en la tierra que tanto amaba. Como se lo merece él y como me lo merezco yo.
Y pido a cualquiera que lea esto: si tienes un padre, nunca lo des por sentado. Abrázalo. Dile una palabra amable. Agradece cada momento. Yo daría todo, todo, por un abrazo más.
Mi historia no es solo mía. Es la historia de muchas familias. De toda una nación que sigue esperando. De las personas que siguen allí. Y de aquellas que ya no están vivas, pero que aún no han vuelto a casa.
El Día del Padre nunca volverá a ser lo mismo para mí. Pero tal vez, si seguimos alzando la voz, se convierta en un día de responsabilidad. Un día en el que no solo abracemos, sino que también exijamos. En el que no solo recordemos, sino que también los traigamos de vuelta: a mi padre y a los otros 52 rehenes.
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de The Epoch Times.
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