El presidencialismo mexicano, en su veta nacionalista, tuvo una conciencia de Estado. Quizás ello fue uno de los cimientos más importantes en su construcción como sistema. Las oposiciones tanto de izquierda como de derecha confrontaban así un discurso convincente. No eran años fáciles para ser opositor en México.
Después de la Guerra Cristera -la última confrontación total en la historia de México-, se crearon condiciones de estabilidad político-social con base en el modus vivendi entre la Iglesia y el Estado e instrumentando sistemas con visión de Estado, tales como el educativo, el de salud o la política exterior, construcción de infraestructura, cuyas innegables calidades evitaba prevalecieran la idea o el funcionamiento de un gobierno faccioso.
Sin embargo, ese mismo Estado reprimía duramente cualquier disidencia que pudiera salirse de control y entonces dejaba de ser un verdadero Estado para sustentar, paradójicamente, un gobierno faccioso. Quienes por nuestra edad nos tocó vivir aquellos años, fuimos testigos o sobrevivientes de una realidad incómoda o francamente criminal: la de un Estado que también reprimía con extremada violencia a quien lo criticara o enfrentara.
Las torturas, desapariciones y ejecuciones fueron reales y entidades como la tristemente célebre Dirección Federal de Seguridad (DFS) las practicaban, así como se ejercía un espionaje propio de sistemas totalitarios.
Para muchas feministas resultaría sorprendente saber que una gran escritora como Elena Garro, verdadera precursora del realismo mágico y quien como autora de Los recuerdos del porvenir escribiera una de las mejores novelas mexicanas, fuera también informante de la siniestra DFS, como está documentado en los archivos ya públicos de esa policía política. Es curioso que a esos gobiernos les interesaran los chismes y la vida privada de miembros de los círculos literarios. Pero así era en esos años.
En contraste, un escritor como José Revueltas vivió largos años de prisión desde las Islas Marías hasta Lecumberri, tan sólo por sus ideas, pues nunca se acreditó que cometiera ningún delito. Hoy Revueltas se encuentra reivindicado por su gran calidad literaria y sus ideas políticas, ya anacrónicas en su propio tiempo, son irrelevantes y cuesta trabajo entender por qué le produjeron tanto sufrimiento personal.
Hacia fines de la década de los 70, Jesús Reyes Heroles padre, el último ideólogo del Estado histórico mexicano del siglo XX, concibió que hubiera gobiernos legitimados por elecciones democráticas y de esa manera desarmar de manera literal a todo tipo de opositores al integrarlos asimismo al sistema. Fue también el tiempo de las amnistías y al fuego lo apagaron entonces las boletas electorales.
No tardaría mucho tiempo para que también la Dirección Federal de Seguridad, hundida en la corrupción, desapareciera del panorama mexicano, aunque muchos de sus ex integrantes se incorporaran a las filas de los nacientes Cárteles del narcotráfico –luego lo harían militares de élite entrenados en duras tácticas de anti guerrilla- que terminarían hoy por asolar a México y usurpar con su dominio criminal amplias porciones de nuestro territorio eliminando en ellos la vigencia del Estado mexicano.
Por su parte, el Partido gobernante renovaba cada sexenio al poder presidencial con un Tlatoani –dueño de la palabra- a quien se le rendía un culto a la personalidad digno de un emperador azteca o, unos ejemplos más contemporáneos, un Nicolás Ceasescu o un Kim Il Sung. Pero sólo duraba durante la vigencia de su mandato. Es una clave de la larga continuidad del sistema priista con la interrupción del periodo panista, que se acomodó a sus reglas y operación corporativista.
La modernización salinista creó nuevas instituciones que promovían la profesionalización del Estado mexicano –autonomía del Banco de México, CNDH, reconocimiento jurídico de las Iglesias- y negoció el Tratado de Libre Comercio de América del Norte en un giro histórico que abrió las puertas de México a realidades económicas contemporáneas.
Pero ante la experiencia de la disolución de la Unión Soviética su proyecto fue, sin duda, tibio en el cambio político. Pero algo como la DFS ya no existía salvo en la memoria de duros tiempos mexicanos.
Ahora puede decirse que la transformación del sistema no concluyó, sino con el predominio de Morena terminó en su destrucción formal para revivir lo que en nuestra historia se había enterrado: el caudillismo para suplir al presidencialismo, el autoritarismo absoluto para cancelar la evolución democrática de una República, el patrimonialismo de Estado en lugar de las corrupciones individuales -algunas castigadas-, la propaganda facciosa eliminando la idea misma de Estado.
El sistema no fue así transformado sino destruido, salvo como herencias modernizadoras, las de la autonomía del Banco de México y el tratado de libre comercio. Es lo realizado ya por el obradorismo vigente. En un momento pensé que su modalidad de poder se trataba de un retroceso al echeverrismo -periodo donde se formó Andrés Manuel López Obrador-, pero me equivoqué, se trata de revivir a un auténtico Tlatoani encarnado en un Jefe Máximo, como en tiempos de Plutarco Elías Calles.
Aunque se niegue esta bipolaridad en el funcionamiento del régimen, es muy real. No hay ruptura con el pasado. El patrimonialismo de Estado sigue vigente y, por tanto, no se ha castigado de fondo ninguno de los casos de corrupción gubernamental que siguen siendo un escándalo impune. El culto a la personalidad del anterior presidente, en tanto que caudillo del “movimiento”, sigue vivo. La ausencia de una estrategia para recuperar los territorios en manos de criminales hace que permanezca el vínculo de autoridades con ellos, como parte de un deforme control social. Las acciones arbitrarias para usar recursos públicos en el apoyo de dictaduras como la cubana se mantienen.
Y la propaganda crispante como método de gobierno es su puntal, formalmente ya no está en el poder López Obrador pero su creación mefistofélica, incluso con sus mismos ejecutantes, está ahí. La gran pregunta es si todo esto que he enumerado va a durar más allá de este sexenio.
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no reflejan necesariamente las opiniones de The Epoch Times
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