Opinión
Para Charles Péguy, filósofo y periodista francés que muriera combatiendo en una trinchera de la Primera Guerra Mundial, el periodismo se moría si lo contaminaba la propaganda.
Para él dos elementos debían sustentar al periodismo: la información y la crítica. De esa manera el periodismo podía contribuir a que prevaleciera la verdad, una verdad entendida y aceptada.
Al fin filósofo, Péguy pretendía que el periodismo contribuyera a conformar sociedades racionales. Le asignaba así una tarea muy grande a los medios.
Es interesante que Péguy no fuera un positivista o un ideólogo liberal, sino era un católico tradicionalista, identificado con los trabajadores y, aunque su temperamento era pacifista, se fue a la guerra porque creyó que como patriota era un deber suyo hacerlo.
Me parece que la propaganda no solo es una peste para el periodismo, sino lo es sobre todo para todo gobierno que se quiera sustentar únicamente en la propaganda. Es el caso del gobierno de Morena, enfermo de propaganda y prácticamente desahuciado por eso.
Morena es una simbiosis del pragmatismo priista y de la capacidad propagandística de la izquierda, que mueve emociones elementales. El resultado ha sido letal para la verdad simple y llana.
Se ha creado un gobierno que suprime así el principio de Estado como ordenamiento jurídico y actúa sólo como una maquinaria de poder que agota su eficacia en el simple ejercicio del mismo.
La propaganda se convierte en un mecanismo para el lavado de cerebro, el poder es para beneficio de unos cuantos y el resultado es una sociedad en crisis que no se quiere reconocer y la verdad termina por no importarle a muchos.
En la tragedia de las inundaciones, que han provocado destrucción y muertes en varios estados, la realidad irrumpe para anular en los hechos la propaganda del gobierno que satura a la sociedad.
La ineptitud gubernamental en los tres niveles, las limitaciones personales de los gobernantes y el padecimiento de la gente se unen y la realidad atroz destruye las ilusiones de la propaganda que satura todos los medios y las redes sociales.
Esto ha sucedido de manera particular en Veracruz, pero es sin duda un ejemplo determinante. La inundación en Veracruz se ha convertido en una terrible, por las víctimas, pero algo real contra la propaganda.
Las frases hechas, la manipulación sobre el pasado, el supuesto vínculo poderoso e inalterable entre el actual gobierno y el pueblo, se diluyen y el liderazgo se vuelve quebradizo y la propaganda es tan solo un cartel húmedo en un pedazo de pared derrumbada, mientras alrededor se respira desolación y muerte.
Todo lo malo sucedió. La negligencia gubernamental provocó que no se advirtiera a los pobladores del riesgo de una inundación destructiva con la crecida de las aguas. Y que por ello distintas poblaciones y comunidades estaban enfrentando un peligro inminente.
La gobernadora Rocío Nahle se subió a un helicóptero y desde ahí hizo que se transmitiera su diagnóstico: el río se ha desbordado un poco, pero no hay peligro. Unas horas después se contabilizaban ya casi cien muertos, una destrucción que todavía no se mide y pobladores que huían como podían.
No se prepararon albergues, no se evacúo de manera organizada a la población, la acción oficial fue caótica, ya no se vio que actuara como antes un Ejército profesional preparado para enfrentar los desastres.
La toma de acción preventiva se demuestra que era posible con la acción tomada por Pemex respecto a sus empleados e instalaciones. ¿Por qué los tres niveles de gobierno –municipio, estado y federal– no actuaron de igual manera? Hay una figura jurídica que se llama negligencia criminal.
Y para colmo, se difunde que el fideicomiso estatal contra desastres se encuentra en suspenso, porque la gobernadora Rocío Nahle quiere formar otro organismo y no se sabe por ahora del destino de los fondos que existían. Si ya no hay Fondem, ni Fideicomiso Estatal, ¿cómo se va a financiar entonces el enorme costo de la reconstrucción?
La presidente Claudia Sheinbaum quiso dirigir desde Palacio Nacional y mediante zooms, pero la grabación de ella con los lentes puestos y un lápiz en la mano frente a una computadora fue una mala idea y de inmediato se captó la mala impresión pública causada. Tres días después la mandataria tuvo que hacer acto de presencia en lugares del desastre.
En Poza Rica los reclamos populares, la actitud presidencial intolerante –trascendió su imagen con un dedo en la boca callando a los pobladores–, atestiguar el caos existente y dimensionar el tamaño del desastre, hacen ver de pronto que el gobierno tiene responsabilidades y no es el ente mítico de "la Cuarta Transformación", ni el segundo piso de nada.
En esta circunstancia los presidentes de Morena son como los otros: medidos frente a las realidades y juzgados por ineptitudes reales o supuestas. Por eso el Presidente López Obrador nunca se paró con los pobladores de Acapulco después del desastre del huracán. Para él fue más importante cuidar su imagen.
Del huachicol fiscal al desastre de una inundación, el gobierno de Morena, en su pasado inmediato y en su continuación enfrenta ahora un punto de quiebra. ¿Podrá superarlo? Charles Péguy escribió: "Toda propaganda que engaña o manipula se derrumba frente al potente imperio de la verdad".
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente las opiniones de The Epoch Times
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