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Personas hacen fila para recibir comida gratuita en la ciudad de Nueva York el 24 de abril de 2020. (Mike Segar/Reuters)

Personas hacen fila para recibir comida gratuita en la ciudad de Nueva York el 24 de abril de 2020. (Mike Segar/Reuters)

Los gobiernos que prometen mucho suelen defraudar a quienes deben servir

El poder sin control beneficia invariablemente a los poderosos a expensas de aquellos a quienes dicen servir en los gobiernos del estado de bienestar

Por

The Epoch Times

en colaboración con

William Brooks
22 de noviembre de 2025, 9:32 p. m.
| Actualizado el18 de diciembre de 2025, 3:57 p. m.

Opinión

En una época en la que tantos políticos se presentan como defensores benévolos de la equidad y la justicia social, ha surgido un patrón preocupante. Los mismos sistemas diseñados para redistribuir la riqueza y mejorar la situación de los desfavorecidos suelen convertirse en vehículos para el abuso sistémico y el enriquecimiento de las élites que se aferran al poder.

Desde el siglo XIX el historial de los regímenes modernos, socialistas, progresistas y del tipo New Deal, muestra un patrón consistente: a las promesas de una distribución equitativa de la riqueza frecuentemente les sigue la corrupción, el despilfarro y el fraude.

La famosa máxima de Lord Acton, "el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente", sigue siendo tan vigente como siempre. Los ideales nobles pueden degenerar rápidamente en mecanismos de saqueo. Desde la infame corrupción del Tammany Hall del siglo XIX en la ciudad de Nueva York hasta los escándalos contemporáneos en los gobiernos del estado de bienestar en todo el mundo, el poder sin control beneficia invariablemente a los poderosos a expensas de aquellos a quienes dicen servir.

El auge de la redistribución y su lado deshonesto

Las semillas de la redistribución moderna de la riqueza se sembraron en el siglo XIX en medio de la rápida industrialización y la creciente desigualdad. Intelectuales como Karl Marx abogaron por sistemas socialistas que se apropiaran de los medios de producción para su redistribución, prometiendo una sociedad sin clases. Sin embargo, la historia demuestra que tales ideales a menudo dieron lugar a regímenes donde la corrupción prosperaba.

En Estados Unidos, la Edad Dorada (décadas de 1870-1890) reveló cómo la riqueza corporativa y el poder político se fusionaron para generar sobornos y corrupción generalizados. Los magnates corporativos se aseguraron un trato favorable mediante su influencia política, provocando la indignación pública e impulsando el auge de la política progresista. Los progresistas buscaron reformas para frenar la corrupción, pero sus esfuerzos a menudo chocaron con la ironía de que expandir el gobierno para "arreglar" a la sociedad suele generar oportunidades para el abuso.

Los principios progresistas evolucionaron hasta convertirse en el New Deal de Franklin D. Roosevelt en la década de 1930. Si bien Roosevelt fue elogiado por abordar las dificultades de la época de la Depresión, los críticos señalaron un despilfarro y corrupción generalizados en los vastos programas de obras públicas, seguridad social y ayuda social de su administración. Aunque se incluyeron salvaguardias, los historiadores han documentado cómo los fondos de ayuda se asignaron con frecuencia para construir coaliciones políticas en lugar de satisfacer las  necesidades públicas genuinas. Los programas de la Gran Sociedad de Lyndon B. Johnson en la década de 1960 cayeron en trampas similares, plagados de ineficiencia, fraude y una burocracia administrativa en constante expansión que ignoró la sabiduría constitucional de un gobierno limitado.

A escala global, los regímenes socialistas ofrecen ejemplos aún más extremos. La Unión Soviética, fundada sobre ideales marxistas, prometía igualdad, pero se convirtió en una oligarquía corrupta donde las élites del partido acumularon privilegios mientras los ciudadanos padecían escasez. "Rebelión en la granja" de George Orwell capturó esta realidad de forma alegórica, mostrando cómo los ideales revolucionarios son fácilmente corrompidos por el poder.

Las poblaciones desesperadas suelen abrazar el socialismo a pesar de su potencial engaño. El patrón es familiar: las élites políticas se llevan la mayor parte de los beneficios. Los altos impuestos y la fuerte regulación concentran el poder en manos del Estado, lo que permite a funcionarios bien posicionados desviar recursos, exacerbando la desigualdad en lugar de reducirla. Cuando la política económica sirve a fines políticos, el abuso sistemático rara vez está muy lejos.

Manifestaciones contemporáneas de la corrupción

La corrupción continúa prosperando ahí donde el gobierno se expande bajo la bandera del progresismo o de la socialdemocracia. En América Latina, Venezuela, bajo el gobierno de Hugo Chávez, prometió redistribución, pero se sumió en una corrupción abrumadora, con funcionarios que malversaron cuantiosos ingresos petroleros en medio del declive nacional.

En Estados Unidos, el estado de bienestar posterior al New Deal enfrenta dificultades con la burocracia inflada y el mal uso de fondos, desviando recursos de los servicios esenciales en beneficio de los políticos privilegiados.

En Canadá, las promesas de una redistribución equitativa mediante la expansión del gobierno han coincidido con el aumento de denuncias de despilfarro y corrupción. Un reporte de Blacklock destacó recientemente que Canadá ha registrado 18 años consecutivos de déficit, seguidos de otra propuesta de aumento del techo de la deuda. También se han registrado numerosos casos de fondos públicos no gastados responsablemente, incluyendo subsidios multimillonarios para promover políticas controvertidas de las Naciones Unidas, y un informe de la Agencia Tributaria de Canadá que cita 450 posibles casos de fraude relacionados con personal que solicitó prestaciones por pandemia mientras estaba en la nómina del gobierno.

Los ciudadanos de todas las democracias occidentales están empezando a comprender que el saqueo se ve amplificado por agendas redistribucionistas extravagantes.

Poder, igualdad y corrupción

La observación que hizo Acton en 1887 se aplica a diversos contextos: la autoridad sin control genera decadencia moral y quienes se autoproclaman defensores de la justicia social a menudo se convierten en los mismos depredadores a los que denuncian. En los esquemas de redistribución, las élites —políticos, burócratas, contratistas— obtienen un control casi absoluto sobre los recursos públicos, lo que inevitablemente conduce a decisiones egoístas.

“Rebelión en la Granja” de Orwell ilustra el fenómeno: la corrupción de los principios igualitarios por parte de los cerdos creó una nueva jerarquía indistinguible de la tiranía a la que reemplazaron. Los fracasos socialistas del mundo real reflejan esta alegoría.

Los críticos del socialismo señalan que la redistribución concentra la riqueza en manos del Estado, lo que incita a la corrupción. Una prensa genuinamente libre e independiente puede exponer estos abusos, pero la ausencia de rendición de cuentas los intensifica. En cualquier democracia, este ciclo erosiona la confianza y aumenta la demanda pública de un gobierno honesto. Por muy políticamente inconveniente que pueda resultar, la evidencia sugiere que la expansión desenfrenada del gobierno progresista perjudica desproporcionadamente a los vulnerables al desviar recursos hacia los bien conectados.

Es hora de romper el ciclo

Los gobiernos que prometen una redistribución radical suelen, en cambio, corromper. Roban a quienes dicen servir. Desde las maquinarias políticas del siglo XIX hasta los excesos del New Deal y los escándalos contemporáneos, el patrón persiste: el poder corrompe, creando sociedades distópicas en las que algunos animales de la granja son "más iguales" que otros.

Para romper este ciclo, los ciudadanos libres deben priorizar un gobierno limitado, la transparencia y la rendición de cuentas por encima de las promesas cautivadoras. La historia nos advierte que el camino hacia la equidad, aunque esté pavimentado con buenas intenciones, con demasiada frecuencia conduce al enriquecimiento de las élites.

Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente las opiniones de The Epoch Times


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L

Lucrecia Diaz Herrera

24 de noviembre de 2025

Absolutamente cierto 👍🏻

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