Opinión
En 2005, se generó un gran revuelo en torno a una nueva página web que lo haría todo posible, se llamaba Facebook. El año anterior estuvo disponible en la Universidad de Harvard. Ahora se estaba extendiendo a todas las direcciones .edu. Para demostrar lo alocado que se volvió todo, las universidades y facultades de la época experimentaron una oleada de nuevas matriculaciones basadas únicamente en la esperanza de conseguir una cuenta de Facebook.
Más adelante ese mismo año, Facebook se abrió al público en general y comenzó la locura. Cualquiera podía conectarse con cualquier otra persona que tuviera una cuenta. Publicabas algo y todo el mundo podía leerlo. Parecía un mundo nuevo, simplemente porque nunca antes se había hecho nada a esta escala. Hacía que los usuarios se sintieran importantes, especiales y escuchados.
Conectarse con alguien significaba aceptar una solicitud de amistad. Sí, el sitio se apropió de una de las palabras más antiguas del idioma inglés y de una de las instituciones más antiguas de la historia de la humanidad. Había nacido una nueva forma de amistad. Podías ser amigo de gente que no conocías. Era una locura, pero así eran los tiempos.
Sin embargo, había un límite: solo se podían tener 5000 amigos. Yo personalmente lo aproveché al máximo y acepté todas las solicitudes. En poco tiempo, tenía 5000 amigos y me sentía bien. Podía llegar a todos ellos con actualizaciones sobre viajes, comida, opiniones sobre todo tipo de temas, incluida la política, y construir mi red personal... con qué propósito, nunca quedó claro, pero a nadie le importaba mucho. Todo el mundo quería probar el nuevo juguete.
De eso hace ya 20 años y el entusiasmo se esfumó, obviamente. Sí, hay algunos grupos valiosos y Facebook Marketplace sigue siendo una maravillosa tienda de segunda mano digital y, de hecho, la única razón para mantener una cuenta. El algoritmo cambió gradualmente para dar más importancia a los pequeños vídeos virales y desplegar publicidad. Se perdió la intimidad. Por otra parte, con el tiempo, la gente aprendió que la forma de amistad que proponía la plataforma era una consigna.
En retrospectiva, parece increíble que una empresa pudiera persuadir a multitudes de personas para que publicaran el contenido de sus vidas con información que en cualquier otro momento se consideraría privada, invitar a miles de millones de personas a espiar y que este contenido se convirtiera en la principal atracción sobre la que vender publicidad. Parece inverosímil, de alguna manera, funcionó.
Durante un tiempo, la gente hablaba de la grandeza de los "cumpleaños de Facebook". La empresa se dio cuenta de que podía utilizar los datos que normalmente exigía para verificar la edad y reconstituirlos como un deseo de cumpleaños. A continuación, lo enviaba a diario a la gente con una invitación para desearle un feliz cumpleaños a tal o cual persona.
La gente competía por conseguir el mayor número de felicitaciones de cumpleaños como forma de validar su propia popularidad. Entonces Facebook se dio cuenta de que sus usuarios se imaginaban a sí mismos abriendo negocios de influencers a través de sus cuentas.
"Estás en tendencia", decían los mensajes. "Responde a los comentarios para que el compromiso siga creciendo".
Una vez más, esto es algo increíble, una empresa que anima a la gente a publicar gratis para poder vender el contenido a los anunciantes. Parece una idea descabellada, pero una vez que se desató el miedo popular a perderse algo, el plan se afianzó.
Hoy en día, casi no conozco a nadie que no se arrepienta de haber publicado todas esas tonterías durante años. Ahora se resienten por lo que se les incitó a hacer en nombre de la fama y de ganar amigos. Muchas personas han pensado en restringir quién ve sus publicaciones y, de lo contrario, dejar de publicar cosas sobre sus cumpleaños. Muchos otros lo harían con gusto si la plataforma de usuarios fuera más fácil de usar, pero no lo es: después de años de iteraciones, ahora es un lío enrevesado.
Conocí a alguien que trabajó allí durante un tiempo y lo describió como el trabajo más desagradable que había tenido nunca. Estaba rodeado de gente mezquina y no hacía más que idear formas de impedir que la gente publicara lo que realmente pensaba. Una vez más, sigue habiendo una razón para mantener la cuenta: el brillante mercado, que ha eliminado las conjeturas de las compras locales. Ese no es exactamente el uso para el que se fundó la empresa.
Toda esta historia trata realmente del auge y la caída de la amistad digital. Parecía algo real hasta que dejó de serlo. No debemos sugerir que no logró nada. Incluso ahora, las familias extensas lo utilizan para mantenerse al día de actividades que de otro modo no conocerían. Dicho esto, la elaborada promesa de sustituir la amistad física por la amistad digital se derrumbó, y con razón.
Los años de confinamiento por la pandemia de COVID-19 nos enseñaron lo aséptica y poco gratificante que es realmente la comunicación digital. Funciona en caso de apuro, pero no es lo mismo que la comunicación real. Piensa en tu propio círculo de amigos. Las personas afortunadas tienen entre seis y doce personas a las que pueden llamar verdaderos amigos. No son 5000, sino media docena.
Usted los ve cada pocos días, semanas o meses. Llega a confiar en ellos a través de la comunicación física. Cuando surgen problemas, se siente motivado a resolverlos lo antes posible porque la amistad en sí misma es valiosa para usted. Les llama cuando hay problemas, como averías en el coche, enfermedades en la familia u otros favores que necesita. Los invita a fiestas y les devuelve invitaciones a cenas y celebraciones de cumpleaños.
En otras palabras, la forma de amistad que estamos redescubriendo en nuestra época es muy parecida a la que siempre ha existido. Solo se interrumpió brevemente con la loca promesa de que un desconocido con una cuenta en una plataforma digital podía ser un amigo. Una persona así no puede ser ni será nunca un amigo.
De hecho, Facebook debería devolver la palabra "amigo" al idioma inglés para que vuelva a significar lo que siempre ha significado. Se trata de amabilidad, amor y obligación mutua. Es esencial para la vida, tanto que debería haber una norma que impidiera que el término se corrompa de esta manera nunca más.
Un programa del Brownstone Institute consiste en organizar cenas para la gente. Lo que nos une es la pasión por la verdad en la ciencia y la política, con el compromiso de no volver a ver nunca más los días de confinamiento por la pandemia de COVID-19. Es una base sorprendentemente buena para la formación de la comunicación y, por lo tanto, de una amistad física genuina. En los cuatro años que llevo organizando estos eventos, me emociona ver cómo se convierten en grandes redes de conexiones en crecimiento que resisten el paso del tiempo. Algunas personas creían que la comunicación digital era suficiente, pero nunca fue así. Necesitamos estrecharnos la mano, comer juntos, hablar de manera que permita la comunicación no verbal y, en general, experimentarnos unos a otros como seres humanos.
Hizo falta un experimento descabellado y confuso con otra cosa para recordarnos a todos lo que realmente importa: las personas reales, las experiencias reales y las conexiones reales. Hace años que dejé de responder a las solicitudes de amistad de esa otra plataforma. "Elimíname de tu lista de amigos" si quieres, porque seamos sinceros: nunca fuiste un amigo de verdad.
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de The Epoch Times.
